Una vez más la Casa Blanca y Donald Trump se pueden confundir con el escenario y el presentador de un concurso de televisión, uno donde esta vez se pregunta ¿quién quiere ser jefe de gabinete? Trump se empeña en tratar el proceso como un reality show, lo salpica gustoso de suspense, pero la escasas opciones de respuesta no son un entretenimiento sino un preocupante indicador de las dificultades que enfrenta el presidente de Estados Unidos. Impetuoso, heterodoxo e impredecible, en sus dos primeros años de mandato ha quemado colaboradores a ritmo inédito. En su horizonte crecen las complicaciones políticas y legales. Y por más que Trump haya dicho que mucha gente "compite por y quiere el puesto", la realidad le lleva la contraria.

El cargo de jefe de gabinete, que según anunció Trump en Twitter el sábado pasado el general John Kelly abandonará antes del 2019, siempre ha sido extremadamente complejo. Es un puesto de enorme poder pero también difícil, desagradecido y agotador, elementos que se han incrementado con Trump en el Despacho Oval y en una Casa Blanca constantemente inmersa en luchas de distintas corrientes. Y el caos lo ha explicado Reince Preibus, el que primero ocupó la posición durante el mandato de Trump. "Coge todo lo que has oído y multiplícalo por 50", le dijo a Chris Whipple, autor de Los guardianes, el libro de referencia sobre el poder de los jefes de gabinete en EEUU.

POSICIÓN DEVALUADA

Whipple ha subrayado que el presidente "ha devaluado la posición al no empoderar a nadie para realizar el trabajo" y ha recordado que "la ironía y la tragedia es que ningún presidente ha necesitado más disponer de un jefe de gabinete competente". La campaña de reelección se acelera en el 2019. Varias crisis siguen abiertas. En enero toma posesión el nuevo Congreso, con los demócratas en control de la Cámara baja y con posibilidad de abrir investigaciones sobre Trump y hasta de poner en marcha un proceso de impeachment. Y hay señales de que se acerca a su recta final la investigación del fiscal especial Robert Mueller sobre injerencia rusa y posible confabulación del presidente o su campaña con el Kremlin.

Quien tome el relevo de Kelly sabe que se juega, como ya les pasara al general y a Priebus antes, su reputación, política y personal. Peor aún, puede verse salpicado en batallas judiciales. Debe navegar además entre las turbulentas corrientes que se mueven por la Casa Blanca. No es de extrañar que diversas informaciones apunten a que Trump está considerando para el puesto a su yerno y asesor, Jared Kushner.

"TRISTE ESPECTÁCULO"

Trump ha demostrado, además, falta de previsión. Cuando anunció la salida de Kelly quería sustituirle por Nick Ayers, jefe de gabinete del vicepresidente, Mike Pence. Pero Ayers ha rechazado la posición, según algunas informaciones por tensiones con la primera dama y asesores de Trump; según otras, por negarse a comprometerse durante determinado tiempo. Y se ha hecho evidente que el presidente "no tenía plan B".

Entre los nombres que se mantenían el jueves en la rumoreada lista de candidatos, que según Trump componían cinco personas "bastante conocidas", estaba el del exgobernador de Nueva Jersey, Chris Christie, cuya selección está dificultada por su horrible relación con Kushner, a cuyo padre envió a la cárcel cuando era fiscal estatal. Ese día fue a la Casa Blanca. El viernes anunció que había pedido que no lo consideraran para el cargo.

Otro foco de especulación es David Bossie, que trabajó para la campaña de Trump y con el que el presidente ha abordado en varias ocasiones el proceso de impeachment. Boise estaba en el Congreso cuando se sometió al proceso a Bill Clinton y tuvo que dimitir de un comité por sus tácticas extremadamente partidistas. El jueves también se le vio en la Casa Blanca.

El proceso está siendo, en palabras de Whipple, un "triste espectáculo" y que llegue a buen fin está por ver. Este viernes un portavoz de Trump dejaba la puerta abierta a que el presidente y Kelly alcancen "un nuevo acuerdo y extiendan" el trabajo del general en el puesto.