Se llama Sara Hesham Salman. Nació en Pamplona el 13 de marzo del 2003. Es española, como su pasaporte (número AE 602082) y su DNI (número 73115206-T). Desde hace ocho días, está atrapada junto a su padre en Gaza. Y tiene miedo. A los helicópteros Apache. A los F- 16. A las explosiones. A Israel. Tiene tanto miedo que el psiquiatra del Hospital Shifa de Gaza le ha diagnosticado trauma psíquico, delirio, convulsiones, pesadillas y enuresis nocturna (orinarse en la cama). Recibe tratamiento con tranquilizantes, pero la única y verdadera solución para curarse le está vedada: no puede abandonar Gaza porque su padre es palestino.

"Esta noche ha dormido mejor. Se ha levantado diciendo que quiere ir con su mamá", decía ayer en la casa de su familia en Gaza Isham Salman, de 33 años. Isham vive en Pamplona junto a su esposa, la también palestina Ola, desde hace cuatro años, donde trabaja en el departamento de investigación y desarrollo de la Facultad de Farmacia. Allí, becado por el Ministerio de Exteriores, redactó su tesis y cursó sus estudios de posgrado. Su hijo mayor, Samer, tiene cuatro años y medio y es palestino, ya que nació en Gaza. Sara, la segunda, ya nació en Pamplona y es española al igual que su otro hermano, Saher. Como lo será Sandra, el bebé que espera Ola para el 25 de julio.

Visita familiar

La pesadilla de Sara empezó el 3 de junio, cuando Isham viajó de visita a Gaza por primera vez desde que se instaló en España. Le acompañaba Sara, a quien su abuela, sus tíos y sus primos no conocían. Entraron por Egipto por la frontera de Rafá, controlada por la Autoridad Nacional Palestina y monitores europeos, y tenían previsto volver el 1 de julio. Todo iba bien hasta que el domingo 25 de junio fue secuestrado el soldado israelí. Entonces, se cerró la frontera de Rafá, y empezaron los bombardeos. El peor de todos, las llamadas bombas sónicas.

Todas las veces que el piloto israelí de un F-16 detiene su avión en el cielo de Gaza, se queda suspendido en el aire, crea una especie de vacío debajo del aparato, y después acelera bruscamente, generando un estruendo estremecedor, Sara sufre un ataque de nervios, todo su cuerpo tiembla, se hace sus necesidades encima, se vuelve agresiva y llora sin parar. Y esto sucede tan a menudo que la pequeña se despierta por la noche, llora más de una hora seguida, se pasa horas sin hablar o de repente empieza a hablar sola... "Me siento impotente por no poder ayudarla. Hay que abrazarla, cantarle una canción... A veces le consuela ponerle una película de dibujos animados en el ordenador", explica el atormentado padre.

Sara tiene un rompecabezas, de piezas grandes, con cerditos, vacas y el resto de animales de un corral, al que ayer no hacía mucho caso. Ovillada entre los brazos de su padre, prefería jugar con un teléfono móvil o comer unos ganchitos que un primo le trajo. Reacciona con miedo cada vez que un desconocido se le acerca, y cuesta ganarse su confianza. Entiende y balbucea árabe y español, aunque en los últimos días de su boca lo que más surgen son gritos.

Terribles bombas sónicas

Sara no es un caso único. Según cálculos del Ministerio de Sanidad palestino, 80.000 niños de la franja sufren o sufrirán problemas psicológicos a causa de la ofensiva israelí, en la mayoría de los casos miedo a la oscuridad, pesadillas y enuresis. "Son síntomas de trastornos postraumáticos", explica Sami Oueida, director de Psiquatría del Programa de Salud Mental de la Comunidad de Gaza. "Cuando estalla una bomba sónica, se produce una reacción bioquímica de rechazo que altera todo el cuerpo. Los efectos suelen ser temporales, pero en algunos casos pueden ser crónicos", explica el doctor Oueida, que ha tratado a numerosos niños con el mismo cuadro médico de Sara. "La salud psíquica de los niños en Gaza nunca ha sido buena, pero ha empeorado desde que hace más o menos un año Israel empezó a utilizar las bombas sónicas", dice.

"Solo quiero sacarla de aquí lo antes posible", musita Isham. Difícil tarea, ya que, al cerrarse la frontera de Rafá, la única salida de Gaza es a Israel a través del paso de Erez, por el que en condiciones normales muy pocos palestinos pueden salir y que ahora está cerrado para ellos a cal y canto. Teóricamente, como española, Sara podría salir, pero no su padre, palestino con permiso de residencia en España. Y su madre no puede venir a buscarla a la frontera por su embarazo. El consulado español en Jerusalén trabaja junto a otros países de la Unión Europea para que Israel permita la salida de un convoy de ciudadanos europeos. Ese, si fructifica, puede ser el último tren de Sara y su padre para escapar de estas vacaciones de pesadilla en Gaza.