Es poco después de mediodía y un pequeño grupo de milicianos, fusil en ristre, grita con entusiasmo "hemos liberado Trípoli, hemos liberado al pueblo libio, gracias Dios, Gadafi se ha ido". Ninguno de ellos supera los treinta años, y ninguno es de la capital, a la que llegaron desde diversas poblaciones del oeste del país apenas una semana antes de que los rebeldes lanzaran el asalto definitivo sobre la ciudad. Ahora, dos semanas después, están felices porque regresan a sus hogares, como parte de un plan diseñado por el Consejo Militar de los rebeldes para redistribuir las fuerzas y recuperar la normalidad en el país y la capital.

"El plan de seguridad de Trípoli estaba diseñado desde mucho antes de que se lanzara el ataque. Se sabía qué pelotón tenía que hacerse cargo de asegurar qué objetivo, como nosotros que tomamos directamente esta oficina del primer ministro", explica a EFE el comandante Hamis Zintani.

"Se ha necesitado tiempo para desarmar a la población, levantar los puestos de control y asegurar algunos objetivos estratégicos porque algunas de nuestras fuerzas no están bien entrenadas para ello", admite. Sentado en un amplio despacho con las paredes desnudas y un enorme mapa de hule con las principales vías de agua del país extendido sobre el suelo, insiste en que ahora todo está preparado para que las fuerzas tripolitanas asuman el control de la seguridad en la capital.

"La Policía ha tardado en salir a las calles porque tenía miedo a que la población los asociara con el antiguo régimen. Miedo a que algunos se tomarán la revancha por su cuenta, pero poco a poco han ido saliendo y viendo que no hay peligro. La idea, de todos modos, es cambiar el uniforme para iniciar una nueva era", señala. "Ahora ya está todo organizado y tenemos las fuerzas suficientes. Hay muchos jóvenes que pueden seguir siendo útiles a la revolución en sus pueblos", apostilla. Uno de los que regresa a su casa en la montañas de Nafusa es Jaled, un joven miliciano de 23 años que este viernes gritaba con desabrido entusiasmo junto a sus compañeros a la puerta de un edificio abandonado del antiguo régimen.

Desempleado, se unió a los rebeldes en los primeros meses de la insurrección como la mayoría de sus colegas, muchos de los cuales siguen en la guerra, apostados en el frente abierto en la localidad de Bani Walid, 120 kilómetros al sur de Trípoli. "Ahora quiero descansar y ver a mi familia. Hemos ganado y estoy seguro de que muy pronto, con la ayuda de Dios, cazaremos a Gadafi y todo acabará", declara a Efe. La captura del antiguo hombre fuerte de Libia, así como de la derrota de las tres grandes ciudades en la que todavía resisten sus leales -Sebha, Sirte y Bani Walid- son el principal objetivo militar que le resta a los rebeldes.

Algunas fuentes apuntan a que el huido dictador, que ha prometido lanzar una "larga guerra de guerrillas", podría estar oculto en esa última ciudad, vértice de una zona del desierto donde vive la tribu de los Wafalla, una de las más fuertemente ligadas al tirano y su familia. Frenado el frente de Sirte, a cuyos líderes el Consejo Nacional de Transición ha concedido una semana más de tregua para que entreguen la ciudad sin derramamiento de sangre, parece que los rebeldes podrían optar por liberar antes Bani Walid.

Sin embargo, las noticias sobre el posible asalto este sábado son contradictorias: mientras los jefes militares dicen estar preparados, algunos responsables políticos afirman que no será antes de la resolución en Sirte. Una misión de cuyo éxito ni militares ni civiles dudan, pero que ambos coinciden en señalar que será dura, ya que los gadafistas creen que todavía están bien pertrechados.