Numerosos grupos de refugiados y migrantes se hallaban ayer dispersos a lo largo del río Evros, que separa Turquía de Grecia, y mientras algunos acaban de llegar esperanzados de poder cruzar la frontera, otros están exhaustos tras dos noches atrapados en un islote y únicamente desean volver.

Es el caso de Anmar, un joven iraquí que llegó el viernes por la noche a la orilla del río con una decena de compañeros guiados por un traficante que cobró a cada uno 50 euros por trasladarlos con una barca al otro lado. Pero tras desembarcar en lo que suponían era la orilla griega, los migrantes descubrieron que se hallaban en un islote boscoso, rodeado por dos brazos del río Evros, de fuertes corrientes. Una decena de personas se acurrucan alrededor de una fina columna de humo tras una noche lluviosa.

Ayer al mediodía, un joven paquistaní y un iraquí se atrevieron a cruzar a nado los más de 40 metros de aguas heladas hasta la orilla turca, que alcanzan exhaustos. «Mi hermana sigue en el otro lado y no sabe nadar. Llevamos dos días y una noche sin comer. Me temo que los que están allí se morirán todos», se lamenta el joven iraquí.

SALVARSE NADANDO /Dos paquistaníes y el iraquí Anmar consiguen atravesar el río agarrándose a la cuerda, siempre en riesgo de ser arrastrados por la corriente, pero hay varios refugiados más en la isla que no se atreven a intentarlo. Es ya media tarde cuando aparece por fin un vehículo de AFAD, el servicio de emergencias turco, con una lancha neumática en el remolque. Momentos más tarde, la barca cruza el río y recoge al resto de los náufragos, ateridos, desesperados, sollozando: han perdido todo, pero al menos han salvado la vida.

Es solo un episodio de muchos similares que estos días se suceden en la región de Edirne, adonde afluyen desde primera hora del viernes pasado decenas de miles de refugiados y migrantes residentes -se estiman30.000- en Turquía. Desde que altos cargos turcos declararan en la madrugada del ese día que Turquía «ya no tiene capacidad para retener a los refugiados», las redes sociales en árabe reproducían el bulo de que se había abierto la frontera y que durante 24 o 48 horas podría pasar a la UE quien quisiera.

Solo al llegar al paso fronterizo de Edirne, los migrantes, en gran parte familias enteras, se enteraban de que si bien los policías turcos les franqueaban el paso hacia la valla, los griegos no pensaban hacer lo mismo. Desde entonces, varias miles de personas están acampados en la tierra de nadie. Pero según asegura Adnan, fue la propia policía turca la que le aconsejó dirigirse al pueblo de Elçili, a una veintena de kilómetros al sur de Edirne, donde ya esperaban los traficantes de personas que acabaron abandonándolos en el islote. «Está claro que es el propio Gobierno turco el que nos quiere distribuir a lo largo de la frontera para que intentemos pasar como podamos y así hacer presión a la Unión Europea», opina Adnan.