"Los americanos nos bombardeaban e incluso nos disparaban desde los minaretes de las mezquitas. Por la radio local, el viernes dijeron que había una forma de salir de Faluya a través de caminos que atraviesan el desierto y campos de cultivo. Lo intentamos, pero los americanos los habían cerrado. Afortunadamente, los campesinos nos enseñaron otras veredas y unas veces en coche, otras a pie y, finalmente, en camiones de alimentos logramos salir de Faluya y llegar a Bagdad".

Este habitante de Faluya es un hombre de unos 50 años, de pelo canoso, barba cuidada. Sus manos mueven las cuentas de un rosario musulmán mientras lucha contra el dolor que le causa recordar la evasión de Faluya, la ciudad suní que el Ejército de EEUU ha castigado a conciencia durante la última semana. Ayer aguardaba en la mezquita de Hasanain, en el barrio de Al Amariya de Bagdad, a que el jeque Adnan Abdel Wahad al Ani, imán del templo, le asignara a su familia una casa de acogida. "No le voy a dar mi nombre. No quiero seguir contándole lo que ocurre en Faluya. Debería ir usted mismo a verlo".

Ejercicio de detectives

Para la prensa occidental, reconstruir la tragedia de la población de Faluya es un ejercicio de detectives. Acercarse a la ciudad suní es jugarse la vida o arriesgarse a ser secuestrado. Hablar con los refugiados procedentes de Faluya en Bagdad requirió ayer citas con tres jeques en tres mezquitas y varios viajes por las zonas más conflictivas de la ciudad en furgonetas con milicianos armados y sorteando explosiones, tiros esporádicos, un camión cisterna ardiendo...

Los mismos jeques desalientan a los periodistas. "No puedo garantizarle la seguridad en Faluya aunque le llevara en mi coche", explica el jeque Abel Satar, de la Organización Iraquí de Ulemas (OIU), en su despacho del Diwan Waqf Sunni, la Casa del Patrimonio Suní.

El jeque --47 años, vestido de blanco, foto del asesinado líder de Hamás, Ahmed Yasín, en su despacho-- suele ser el encargado de velar por el mantenimiento de las mezquitas y los lugares santos sunís. Desde que estalló la crisis de Faluya, este religioso se ha convertido en uno de los portavoces oficiales de la OIU y un rostro habitual en las cadenas Al Jazira y Al Arabiya para informar de las negociaciones en la ciudad suní. "Hay tres tipos de extranjeros en Irak: los americanos, los que ayudan a los americanos y los que ayudan a los iraquís. Y para la gente sencilla es muy difícil distinguir entre los segundos y los terceros".

"Faluya es ahora mismo una ciudad fantasma. Muchas casas han sido destruidas, los comercios se encuentran cerrados, no hay servicios... Unas 5.000 familias han abandonado la ciudad. La mayoría de ellas se encuentran en un refugio situado a 10 kilómetros de Faluya, pero ha habido muchas que han logrado llegar a Bagdad", explica el jeque.

La mezquita de Abú Hanifa en Adamiya y la de Umm al Marik --la Madre de Todas las Batallas, con sus minaretes en forma de fusiles de asalto-- son dos de los centros que se encargan de coordinar la atención a los que consiguieron salir de Faluya. De allí envían a los refugiados a otras pequeñas mezquitas, que son las que organizan el asilo definitivo, y de allí también salen camiones cargados con alimentos. Su eficacia ha convertido a las mezquitas y a la OIU en los únicos referentes legítimos para los sunís iraquís.

Salim al Qubeisi, de 62 años, es uno de estos refugiados de la batalla de Faluya. Llegó a Bagdad el pasado viernes tras 12 horas de angustiosa huida. Comparte casa en el barrio de Al Amariya con tres familias. Los niños corretean, las mujeres rezan en el jardín y adolescentes armados que trabajan para la mezquita de Hasanain traen comida y bebida y escoltan el edificio. "No sabemos quién asesinó y mutiló a los cuatro americanos. De todas formas, para los ocupantes fue sólo una excusa. No es razonable castigar a 300.000 personas porque un grupo de criminales hiciera eso ante las cámaras", comenta Al Qubeisi, quien no sabe si familiares suyos han muerto. Pero lo teme. "Mi hijo trabaja de voluntario en el hospital y me contó que eran tantos los muertos que no había tiempo de enterrarlos".

Barrios arrasados

Los iraquís que han huido de Faluya narran escenas desgarradoras. Describen bombardeos con bombas de racimo. Simulan con onomatopeyas las balas que casi acaban con sus vidas. Recuerdan con emoción cómo sunís y shiís rezaban juntos en el puesto de control de los marines a las afueras de la ciudad. Se estremecen al explicar cómo vieron morir mutiladas a 24 personas de una misma familia. Citan nombres de barrios residenciales --Yoland, Al Askari, A Shuhada, Al Nasal...-- que han sido arrasados. Reprimen las lágrimas al describir el estadio de fútbol cercano al cementerio en el que han sido enterradas la mayoría de las víctimas porque ya no había más espacio para tumbas en el cementerio.

Sin embargo, Al Qubeisi no pierde su orgullo. "Los americanos intentaron tomar Faluya como ejemplo para aterrorizar al resto de Irak". Más político, el jeque Abel Satar no por ello deja de ser todavía más contundente. "El único objetivo de los americanos era vengarse. ¿Cómo pueden hablar de derechos humanos con lo que ellos han hecho?".

En este sentido, el jeque sentencia: "Faluya es una prueba de que el único lenguaje que entienden los americanos es la violencia. Y que no nos hablen de terrorismo. Si están negociando es porque por fin han aceptado que en Faluya hay insurgentes".