La política energética del presidente de Rusia, Vladimir Putin, que consiste en utilizar las materias primas de manera punitiva, provocó la primera crisis del año y acabó en un fiasco que sólo sirve para debilitar su posición. Dura lección para un líder que pretende desde hace años restaurar el poder de Rusia, sin excluir el recusable expediente de tomar como rehenes a sus vecinos en medio de los rigores del invierno.

Pero las lecciones de la crisis afectan también a la timorata o complaciente Europa, empecinada en hacer de Rusia un aliado coyuntural sin tener en cuenta las derivas antidemocráticas de su régimen, como demostró hasta el escándalo el excanciller Gerhard Schröder al asumir la presidencia del consorcio ruso-alemán que construirá el controvertido gasoducto bajo el mar Báltico.

El petróleo y el gas no pueden sustituir a los tanques y los misiles para amedrentar a los vecinos y establecer una cínica coexistencia con una Europa occidental que depende de la seguridad energética para preservar su prosperidad.

*Periodista e historiador.