El envoltorio parece digno de elogio. La seguridad ha vuelto a Cisjordania, la economía repunta tras una década ruinosa y una gestión más profesional y transparente se impone en los oscuros despachos de la Autoridad Nacional Palestina (ANP). El artífice de esta incipiente revolución, el primer ministro Salam Fayad, cuenta con el respaldo de Europa y EEUU. Algunos desde Israel incluso le comparan a David Ben Gurion, el hombre que proclamó oficialmente el Estado judío en 1948. Con el viento de cara, Fayad aspira a declarar un Estado palestino en el 2011. Pero, ¿a qué precio? Sus futuras instituciones se levantan a costa de una represión feroz en la calle.

La oposición política es el gran caballo de batalla del Gobierno de Ramala. Todo lo que huela a Hamás o a islamismo está en el punto de mira. Pero también aquellos que cuestionan la legitimidad de la ANP o se manifiestan contra Israel sin el consentimiento de la autoridad.

TORTURAS Para reprimirlos, todo vale. Arrestos, torturas, purgas en la burocracia, desprecio a los tribunales civiles o golpes de timón en las oenegés. "Vamos hacia un estado policial. La gente tiene miedo y, cada vez más, piensa que esta autoridad no es la suya", opina Shawan Jabarin, el director de la organización de derechos humanos Al Haq.

En el 2009, la ANP estableció un filtro de seguridad sobre el empleo público. Dejó en manos de los servicios de inteligencia y la Seguridad Preventiva la potestad para purgar el funcionariado. "Al menos 2.000 personas han sido despedidas desde entonces, sobre todo, profesores, imanes y empleados ministeriales", explica Jabarin.

En algunos casos, bastó con que el funcionario tuviera algún pariente cercano a Hamás para ser despedido. "No hablamos de incompetentes. Muchos eran profesionales distinguidos, y la prueba es que recibieron más tarde cartas de agradecimiento de sus jefes", añade.

La guerra encubierta contra Hamás comenzó tras su triunfo electoral en el 2006, pero se agudizó después de que los islamistas expulsaran a las fuerzas de la ANP de Gaza, un año más tarde. El instinto de supervivencia y el ánimo de revancha ha marcado la política del presidente Mahmud Abbás en Cisjordania.

Descabezada por Israel durante la segunda Intifada, la policía palestina es hoy la reina feudal de Cisjordania. "Actúan con arrogancia y con un desprecio absoluto por la ley", afirma un abogado de Hebrón.

En las cárceles hay al menos 500 presos políticos, incluidos 17 periodistas, según varias oenegés. Los detenidos se pudren sin juicio ni cargos. En algunos casos el Tribunal Supremo ordenó la puesta en libertad de algunos presos pero, días más tarde, fueron detenidos y condenados por un tribunal militar.

El activista de derechos humanos Bassem Eid compara a la policía palestina con la Stasi, la secreta de la antigua Alemania comunista: "Se está coaccionando a cientos de civiles para que ejerzan de confidentes e informen sobre sus vecinos".