La resistencia languidece en la Universidad Politécnica de Hong Kong. Cientos de activistas antigubernamentales han abandonado durante la noche del martes el centro cumpliendo las condiciones pactadas de entrega y apenas aguantan unas decenas de violentos con la quimérica resolución de seguir luchando a pesar del cansancio, el hambre y el frío. La policía había optado dos días atrás por aislarlos y evitar los fragorosos choques del principio para dejar que el tiempo limara su brío.

Tres centros han denunciado a la policía el robo de sustancias químicas de sus laboratorios que suponen un riesgo muy serio para la salud pública. Entre ellas figura el cianuro, que causa la muerte en minutos si entra en contacto con la boca o el ojo, y compuestos igualmente fatales del arsénico. En la Universidad Politécnica, donde unas decenas de radicales espera a la policía, han desaparecido 2,5 kilos de ácido sulfúrico. El toxicólogo Lau Fei-lung afirma en el diario local South China Morning Post que las toxinas son muchísimo más peligrosas que los cócteles molotov o las flechas

Carrie Lam, la jefa ejecutiva de la excolonia, ha explicado que 600 activistas han abandonado ya la universidad desde el domingo. Entre ellos se cuentan unos 200 menores de edad. Varias decenas consiguieron romper el cerco policial corriendo por las vías del tren o descolgándose por cuerdas desde puentes. El grueso de los que intentaron escapar, sin embargo, hubo de retroceder por la lluvia de gases lacrimógenos.

"Seguiremos utilizando cualquier medio para convencer a los que quedan para que abandonen el campus lo antes posible (...) y para que esta operación pueda terminar de manera pacífica", prometió Lam. Una cincuentena de activistas, algunos con hipotermia y heridas en las piernas, se entregarlo y fueron tratados por paramédicos antes de ser enviados a cinco hospitales de la ciudad.

TENSIÓN ENTRE LOS ACTIVISTAS

Los menores de 18 años han podido regresar a sus casas tras dejar sus datos a la policía, que se reserva el derecho de investigar su participación en actos violentos. Las salidas del centro han sido precedidas de mucha tensión por las exigencias del sector más irreductible de imponerles la resistencia numantina a todos.

La ocupación de los campus empezó a principios de semana como respuesta a la muerte accidental de un joven. Los antigubernamentales los han devastado, han robado sustancias químicas para elaborar cientos de bombas y aprovechado su ubicación estratégica como base de operaciones para sus desmanes en la excolonia.

Los intentos policiales de desalojo fueron interpretados por los violentos como un atentado a la libertad de educación y desencadenaron las previsibles batallas campales. Muchos jóvenes pacíficos quedaron atrapados en una situación mucho más delicada que la simple ocupación planeada y consumidos por un dilema shakesperiano. Por un lado, su entrega no les eximía de las acusaciones de participar en revueltas que contemplan penas de prisión. Por otro, esperar la entrada policial que los activistas más fanáticos, muchos de ellos sin relación con la universidad, habían prometido convertir en un infierno. Líderes políticos y académicos han pactado con la policía unas condiciones asumibles que el Gobierno ha calificado de excepcionales.

Las imágenes de la prensa local muestran el campus arruinado, sin el vigor de otros días y con un variadísimo arsenal ordenado en carritos y cajas. Los activistas autocalificados como prodemocráticos han dedicado la semana a la febril elaboración de bombas, cócteles molotov y napalm. "Las universidades se han convertido en fábricas de armamento, parecen campos de entrenamiento militar, ha denunciado Lam.