En el discurso de Sadam Husein hay que prestar atención tanto a lo que dice, como a lo que no dice. De lo primero, nos recuerda su discurso del día en que acabó la guerra de 1991, cuando presentó como gran victoria su aplastante derrota. Al menos en lo militar, puesto que de hecho sigue en el poder. Dijo entonces: "La sangre de nuestros enemigos anega la arena del desierto". Se rindió gritando victoria. Ahora nos habla de la invasión mongol de 1258. Tampoco fue una victoria, porque Hulagu arrasó Bagdad y acabó con el imperio abasida definitivamente.Lo que no dice

Sadam también es esencial. Ni una palabra del Islam, ni de los nuevos cruzados, ni de Occidente. Ni siquiera menciona a George Bush. Observen: ninguna de las poderosas metáforas que usa regularmente Osama Bin Laden. Saddam no quiere que le confundan ni dentro ni fuera del mundo árabe.