Asimilar mecánicamente lo sucedido en Túnez a lo que está ocurriendo en Egipto es un error interpretativo producto de la influencia que todavía tiene la teoría del dominó, tan de la ya lejana guerra fría. En Egipto es mucho más difícil que en Túnez saber cuál va a ser el desenlace.

De entrada, es una cuestión de magnitudes: una ciudad como El Cairo, con 19 millones de habitantes incluyendo el extrarradio, puede convertirse en un enorme monstruo descontrolado, a diferencia de la pequeña Túnez.

Existe la posibilidad de que al día siguiente de la marcha de Mubarak empiece la pesadilla, dado que no hay una oposición consistente: no basta con crear un partido de un día para otro. Hay que tejer una red eficaz de apoyos por todo Egipto, saber con qué militantes se cuenta para ocupar el poder, representar a una fuerza real.

No hay tampoco una clase media capaz de articular un nuevo concepto de Estado. Ha crecido, empieza a tener peso propio, pero la crisis la ha empobrecido; y, en cambio, abunda el funcionariado.

Depende del régimen, y en función de quien se haga con las riendas del poder cuando se vaya, Mubarak lo puede pasar muy mal. Años de dictadura dan para crear mucho puesto funcionarial y mucho cliente. Sobre todo, si se tiene en cuenta que esas estructuras no las creó Mubarak, sino Nasser.

Vínculo con Washington

Pero el principal problema lo constituye el Ejército. Estados Unidos ha seguido en Egipto el mismo patrón de penetración a través de las Fuerzas Armadas que no funcionó ni en Irán ni en Pakistán, pero pretende implantar en Irak y Afganistán. También en Egipto el modelo está a punto de reventar. Mubarak no es solo el presidente de la república, sino también el jefe de los militares y el vínculo con Washington. Por lo tanto, el día en que abandone el poder habrá reformas en ese enorme Ejército; según como se produzcan, la situación puede tornarse muy peligrosa.

Máxime teniendo en cuenta que los Hermanos Musulmanes poseen células en el interior de las Fuerzas Armadas. Así, Washington está intentando ganar tiempo para poner un nuevo jefe al frente del Ejército: no puede seguir en la carrera apostando por un caballo sin jinete.

En tal sentido, los actores son y no son: desempeñan papeles equívocos. El Ejército ha salido a la calle para no hacer nada; es decir, para no verse implicado. Ha tenido uno de los protagonismos más ambiguos de la crisis egipcia. La oposición callejera parece convertirse cada vez más en un enorme coro de figurantes cuyo papel es el de mantener la tensión que justifique los cambios que se cocinan en la trastienda. El Baradei es uno más de esos protagonistas que no lo son; y la plaza Tahrir parece, cada vez más, un parque temático donde acotar la protesta.

Situación excepcional

Dentro de este esquema, el debate en torno al potencial y las capacidades de los Hermanos Musulmanes es equívoco. Está claro que hace un año su techo electoral teórico era del 15% de los votos. Pero la situación actual es totalmente excepcional, y nadie puede saber a ciencia cierta cuánto espacio político podrían ocupar si se desplomara el poder. La mayoría de la sociedad egipcia no es islamista radical. Pero cuando el orden social y político se desmorona, los más organizados se llevan el gato al agua. No olvidemos que las revoluciones las hace una mayoría, pero quien pesca realmente en aguas revueltas es la minoría de los más decididos. (Texto firmado también por Pablo Martín)