No hace falta demasiado para que el fuego vuelva a prender. Hace una década, la frustración palestina por el fracaso de las negociaciones de paz y la provocadora visita del líder israelí Ariel Sharon a la Explanada de las Mezquitas bastaron para desatar cinco años de violencia atroz, la llamada Intifada de Al Aqsa. Esta vez las negociaciones arrancan sobre una hoguera apagada, pero llena de rescoldos. Pocos palestinos quieren repetir el modelo de la segunda Intifada. Pero gana terreno la desobediencia civil y la revuelta pasiva. Lo que algunos llaman "Intifada blanca".

Aunque localizados y de baja intensidad, los focos de tensión proliferan como respuesta a la desbocada judaización de Jerusalén oriental, a las redadas diarias de los militares israelís y a los efectos devastadores de los asentamientos y el muro en Cisjordania. Solo en la ciudad santa hay tensiones en Silwan y Sheik Jarrah, en el campo de refugiados de Shuafat y en torno a la Explanada de las Mezquitas.

En Cisjordania crece el modelo de protesta popular de Bilin (manifestaciones, piedras, demandas judiciales y boicots). El Gobierno de Salam Fayyad ha empezado a apoyar su estrategia. Ha prohibido la venta de productos de las colonias en los territorios y prepara una ley para vetar el empleo en los asentamientos. Sus políticos empiezan a ir a las protestas.