Los debates en la cumbre de Bruselas indican que los líderes se orientan hacia una reforma tecnocrática de la eurozona y la Unión Europea (UE), centrada en mantener la política de austeridad y continuar las desregulaciones, privatizaciones y recortes laborales bajo el eufemismo de reformas estructurales. El proyecto de refundación hacia «una Europa que proteja» del presidente francés, Emmanuel Macron, está reduciendo la protección a la seguridad (defensa, inmigración), mientras quedan relegadas las cuestiones socioeconómicas (lucha contra la desigualdad y precariedad, impulso de la inversión pública) y democráticas (control político ciudadano sobre las decisiones económicas).

El secretario general de la Confederación de Sindicatos Europeos, Luca Visentini, había pedido en la previa cumbre social el fin de la política de austeridad, más inversión pública, medias efectivas contra la desigualdad y que las promesas del pilar social de la UE, proclamado en noviembre en Gotemburgo, comiencen a concretarse.

Pero Alemania, Holanda, Irlanda, Austria, Finlandia y los bálticos priorizan normas estrictas de reducción del déficit, restringen el uso del futuro Fondo Monetario Europeo, son reticentes a fondos comunes para resolver crisis bancarias y respaldan el poder de la Comisión Europea para imponer las medidas de política económica a los países (hace falta una imposible mayoría cualificada en contra en el Consejo de Ministros europeo para frenarlas).

El filósofo francés Etienne Balibar afirma en su ensayo Hannah Arendt y la Refundación Europea que «la tendencia a instaurar procedimientos de gobierno cada vez más tecnocráticos y autoritarios, en los que la representación de los ciudadanos ya no cuenta realmente» alimenta la actual crisis política europea y el auge de la extrema derecha. Balibar señala que las propuestas de reforma europea carecen de un «control político de la gobernanza económica en unas formas suficientemente democráticas», ya que se mantiene la lógica de decisiones impuestas y sancionadas por un directorio ejecutivo, que «no pueden ser realmente discutidas, ni contestadas». Balibar subraya que el plan que se perfila acentuará «las tendencias existentes a la concentración de poderes y la hegemonía de determinadas naciones sobre las otras» y que la consolidación de la Europa a varias velocidades o geometría variable sembrará en la UE «las semillas de resentimiento y del refuerzo de los nacionalismos». Tras recordar que «el abandono de los proyectos de la Europa Social» y la priorización de los criterios economicistas están en la base de la actual crisis de la UE, Balibar insiste en que «una refundación efectiva» no podrá lograrse «con sentimientos proeuropeos» o «una delegación del poder a los gobiernos», sino que son imprescindibles «movimientos colectivos que impliquen a los ciudadanos reales».

Dani Rodrik, economista y profesor de la Universidad de Harvard, destaca que la UE se convertido en el máximo exponente de la tendencia a la tecnocratización de la política, donde las decisiones se toman cada vez más alejadas del control democrático de los ciudadanos. Rodrik reconoce que es difícil corregir esta tendencia, porque «cuando las élites tienen suficiente poder, tienen poco interés en reflejar las preferencias de la población».

El economista francés Thomas Piketty, autor de El Capital en el Siglo XXI, avisa que los dirigentes europeos se equivocan al atribuir el auge de la extrema derecha y los populismos exclusivamente a la crisis migratoria. Piketty lamenta la negativa de los líderes europeos a asumir el papel nefasto de las políticas de austeridad y desigualdad en la actual crisis de la UE y recuerda que el «dumping fiscal en favor de los más ricos» y las grandes empresas «alimenta el sentimiento de abandono de las clases populares» y priva al Estado de los recursos para intervenir económicamente. Piketty añade que las privatizaciones, como las emprendidas en Francia y otros países, suponen regalar el patrimonio público a los privilegiados.

El politólogo alemán Jan-Werner Müller, autor de What is Populism?, advierte que para frenar el auge populista hay que resolver los problemas estructurales (desigualdad, descontento ciudadano...) que les ayudan a obtener tan buenos resultados electorales. Müller añade que también hay que reconocer que son reales las críticas populistas sobre capas de la población «abandonadas a su suerte» y sectores del Estado capturados por intereses económicos privados.