Silvio Berlusconi tiene prisa, mucha prisa, en este largo y accidentado final de curso po- lítico. Por contra, su antes aliado y ahora oponente, Gianfranco Fini, no tiene ninguna. Ni debe tenerla si aspira a liderar una mayoría que desaloje de palacio Chigi al primer ministro.

A diferencia del tiburón empresarial que es Berlusconi, a Fini, un político nato, paciencia no le falta. Lo ha demostrado desde que al frente del neofascista Movimiento Social Italiano consiguió, a finales de los años 90, con la ayuda del socialista Bettino Craxi, ser aceptado e incluido en el llamado arco parlamentario, el conjunto de fuerzas políticas que excluía a los partidos extremistas. Ha tenido la paciencia y tenacidad necesarias para convertir aquella formación política en un partido conservador que aglutina a una derecha liberal y respetable. También la ha tenido para ser durante 16 años el eterno segundón a la sombra de un hiperactivo y egocéntrico jefe de Gobierno. Y la ha tenido para ir elaborando una estrategia que le permitiera presentarse como una alternativa posible a un Berlusconi en fase declinante, evitando al mismo tiempo que los numerosos escándalos del primer ministro le salpicaran.

Tras la constatación ayer de haber perdido la mayoría, Berlusconi tiene prisa para volver a las urnas, dos años después de haber ganado las elecciones y cuando todavía faltan tres para acabar la legislatura.

La izquierda sigue perdida en su marasmo. Fini tiene en estos momentos 33 diputados y 10 senadores, pero necesita una base social mucho más amplia y esto no se construye de la noche a la mañana. El resto de partidos que pululan por el centro, desde la izquierda a la derecha, tampoco son una amenaza.

Ni lo es a corto plazo la posibilidad apuntada en estos días de una tercera vía, una alianza entre las fuerzas del díscolo Fini y algunos de estos partidos, los mismos que ayer se abstuvieron en la moción de censura contra Giacomo Caliendo.

Por mucho que a Berlusconi le interese ir a las urnas cuanto antes, dada la escasa oposición, hay algo que no puede hacer aunque presente la dimisión y es la disolución del Parlamento. Corresponde hacerlo al jefe del Estado y antes de una convocatoria electoral hay otras posibilidades, como la formación de un Gobierno técnico.

Con la mirada de los mercados financieros puesta en el plan de austeridad de 25.000 millones de euros aprobado la pasada semana por el Parlamento, esta opción no ayudaría a Berlusconi y, en cambio, daría tiempo a Fini, pero sería posible y, sobre todo, sensata. El otoño se presenta muy caliente.