Para las voces más críticas, será como la cuadratura del círculo, una tarea incompatible con una clase dirigente acostumbrada a gobernar sin contrapesos y tradicionalmente «alérgica a los cambios». Para los más contemporizadores con el poder, se trata de un ingente cometido que requerirá «decisiones impopulares y dolorosas» en un entorno internacional que «en nada ayudará».

Pero todos coinciden en un punto: en cuanto el presidente ruso Vladímir Putin vea renovado su mandato en la noche del 18 de marzo tras ser contabilizados los votos emitidos en las elecciones presidenciales, deberá arremangarse para acometer su misión más relevante desde que llegó al Kremlin, hace ya 18 años: Se trata de «la reinvención del sistema económico» de Rusia, según el vocabulario de los expertos, ya que el actual modelo de desarrollo, basado en los ingresos del petróleo y la minería, ha dejado de funcionar. Algunas medidas ya fueron esbozadas en su discurso pronunciado ante la Asamblea Federal el pasado 1 de marzo, aunque su materialización augura no pocas dificultades.

Los últimos datos macroeconómicos enfatizan la urgente necesidad de reformas. En el ejercicio del 2017, el país dejó atrás tres años de dura recesión, y registró un crecimiento del PIB del 1,5%, una magra cifra para una economía emergente como la rusa, integrada en los BRICS, la asociación de cinco países con gran población, territorio y, supuestamente, elevadas tasas de crecimiento económico. Las cifras rusas palidecen al lado de las registradas por China o la India, que forman parte también de la misma asociación de grandes economías, con tasas rondando el 7%, e incluso Suráfrica, afectada por una recesión al igual que Rusia, que creció en el pasado ejercicio un 2,5%.

El diagnóstico es coincidente: el modelo económico debe ser volteado para superar el «estancamiento», tal y como define el periodo actual Arkady Ostrovski, redactor jefe para Rusia y Europa del este en The Economist, y participante en un reciente seminario sobre el país euroasiático organizado por el CIDOB en Barcelona. «El país va a tener que reinventar su sistema economico, el viejo ya no funciona; se requieren decisiones dolorosas y Putin podría perder parte de su capital político», diagnostica, en su oficina del centro de Moscú, Andréi Kortúnov, director del Consejo Ruso para los Asuntos Internacionales, un laboratorio de ideas en el que participan varios ministerios rusos.

Una vez identificado el problema, surge la pregunta. ¿Serán capaces Putin y el establishment que le rodea, de implementar unas reformas que no solo requieren actuaciones en el ámbito de la Economía, sino también una apertura política a la que hasta ahora se han mostrado alérgicos y que podría amenazar su poder y privilegios?

«No se pueden resolver los problemas económicos de Rusia con simples medidas económicas; las respuestas se encuentran en la esfera política. Se trata de libre competencia política, de Estado de derecho y de la independencia de la justicia, y todo ello solo puede ser resuelto como producto de un cambio político», responde Ostrovski. «Nuestro establishment percibe más riesgos en los cambios que en el mantenimiento del statu quo; sus miembros no son partidarios de proponer nuevas ideas, de pensar creativamente», constata Kortúnov.

LA GUERRA DE UCRANIA / Todo ello, además, deberá acometerse en un entorno internacional hostil, en el que el castigo impuesto al país por la guerra de Ucrania y las campañas de injerencia en los procesos electorales de EEUU y Europa se va a mantener en los próximos años, e incluso podría incrementarse. «Los problemas geopolíticos han venido para quedarse, las sanciones internacionales también», lo que provoca que no haya confianza «entre los inversores», y el país registre una importante fuga de capitales, recuerda Ostrovski. El rotativo Kommersant acaba de publicar que durante el 2017, los inversores extranjeros habían retirado de Rusia más de 900 millones de dólares.

Durante los peores años de la crisis, en el 2015 y 2016, las autoridades evitaron una explosión social recurriendo, entre otros métodos, al vaciado de uno de los fondos soberanos acumulados durante la bonanza petrolera, dejando sin ahorros a las próximas generaciones.

MULTITUDINARIAS PROTESTAS / Ahora, sin embargo, el descontento ha empezado a manifestarse en las multitudinarias acciones de protesta organizadas por el opositor y bloguero anticorrupción Alekséi Navalni. Según Tatyana Maleeva, directora del Instituto para el Análisis y la Prognósis Social, los ingresos reales de la población han vuelto a reducirse en el 2017 -por cuarto año consecutivo- y ello pese al pequeño crecimiento registrado por el PIB. En el 75% de las regiones, según la misma fuente, las familias vieron decrecer sus entradas de dinero, mientras que las restantes son zonas de escaso desarrollo cuyos habitantes dependen fundamentalmente de las arcas públicas. «Las nuevas generaciones ya no se acuerdan de los 90 y, mientras continúe el estancamiento, el descontento va a crecer y puede convertirse en un problema político», advierte Ostrovski.