Hace solo cuatro meses Bernie Sanders tuvo un ataque al corazón. Tenía 78 años y algunas voces anticiparon el final de sus ambiciones políticas. Claramente se equivocaron. El más progresista de todos los candidatos demócratas a la presidencia, el hombre que aspira a rehacer las costuras del sistema estadounidense con una transformación política de enorme calado, se ha impuesto esta madrugada en las primarias de New Hampshire. Una victoria que se suma a la que ya obtuvo en Iowa en el voto popular, tras quedar técnicamente empatado con el centrista Pete Buttigieg, quien obtuvo dos delegados más. Estos dos resultados servirán para dar credibilidad a una campaña en la que pocos creían hace unos meses y situar al veterano socialdemócrata como el virtual favorito en este inicio embarullado de la carrera demócrata.

La victoria de Sanders está, sin embargo, lejos de ser lo contundente que podría haber sido tras el precedente del 2016. Se quedó con el 26% de los votos, menos de dos puntos por encima de Buttigieg, quien confirmó que tiene el viento de cara desde que diera la campanada en Iowa y ha dejado de ser aquel alcalde desconocido de provincias. Para acabar de complicar el dibujo, Amy Kobuchar se insertó en la pugna con un imponente tercer puesto y casi el el 20% de los votos. Nadie contaba con la senadora por Minnesota, que parece haber capitalizado su brillante actuación en el debate del pasado viernes para reclamar por derecho propio una oportunidad entre los sectores moderados del partido.

Son muchos los demócratas que quieren saber cuánto antes quién será su candidato para volcar todos sus esfuerzos en derrotar a Donald Trump en noviembre. O como mínimo tener solo dos opciones entre las que elegir, una más pragmática y otra más combativa, pero este inicio de las primarias solo está contribuyendo a aumentar su confusión. Dos días antes de la votación el número de indecisos era inusualmente elevado, el mismo escenario que se dio en Iowa. Y en contra de la tradición, ni Iowa ni New Hampshire han servido para triturar candidaturas y aclarar el camino de los votantes. Cinco nombres siguen todavía en la pelea.

Lo que no quita que este martes hubiera dos grandes perdedores: Joe Biden y Elisabeth Warren, que no rascarán ni uno solo de los 24 delegados en juego. El vicepresidente de Barack Obama no solo ha visto como su condición de favorito se evaporaba a las primeras de cambio, sino que su candidatura ha entrado en la unidad de cuidados intensivos. Cuarto en Iowa y quinto en New Hampshire, con menos del 10% de los votos. Biden se esperaba la debacle y ni siquiera se quedó en el estado a esperar los resultados. Pero el partido todavía no le ha abandonado y sigue teniendo un amplio respaldo de las minorías, particularmente de los afroamericanos, por lo que confía en ganar en Carolina del Sur para resucitar su candidatura. Algo que viéndolo sobre el terreno, parece una quimera.

Más enigmático es el pobre cuarto puesto de Warren, la senadora del vecino estado de Massachusets, que competía prácticamente en casa y que quedó también por debajo del 10% de votos. Warren pugna con Sanders por el trono de la izquierda. Es una candidata más completa y despierta menos recelos en el establishment del partido, pero no logra despegar y cada vez cuesta más avistar su camino hacia la nominación. Como dijo anoche, sin embargo, no piensa tirar la toalla. Tiene una de las campañas mejor organizadas, con presencia en 30 estados, y no está entrando en los ataques cruzados a medida que se embarra la campaña. No podemos fracturarnos en facciones. No podemos dividir nuestro poder colectivo. Ganamos cuando nos unimos, dijo tratando de erigirse en la candidata capaz de unir al partido que los demócratas buscan.