El impeachment contra Donald Trump ya es historia. Tal y como se esperaba, el Senado absolvió al presidente de Estados Unidos de los dos cargos a los que se enfrentaba por sus controvertidas gestiones en Ucrania para forzar una investigación contra sus rivales políticos. La votación se resolvió en líneas casi completamente partidistas. Ningún demócrata y un solo republicano rompieron filas con sus respectivos partidos, un desenlace que ilustra lo sucedido en los cinco meses transcurridos desde que comenzó el proceso. El veredicto final hace poca justicia al aluvión de pruebas presentadas por los demócratas para respaldar el abuso de poder y la obstrucción al Congreso, pero desde el principio quedó claro que la lealtad al líder imperaría sobre el análisis imparcial de los hechos en el bando republicano.

SIN DOCUMENTOS / El juicio terminó siendo el más corto y menos garantista de la historia. Solo 16 días. Ni un solo testigo. Ni un solo documento. Los conservadores bloquearan todos los requerimientos y comparecencias después de que el proceso se trasladara al Senado y tomaran el control de las reglas del juego.

Las evidencias se presentaron durante su primera fase, dedicada a la investigación, unas 28.000 páginas derivadas de los testimonios de 17 diplomáticos y altos cargos de la seguridad nacional, que con notable consistencia alegaron que Trump puso sus intereses personales por encima de los intereses del país al invitar a Ucrania a interferir en las elecciones del 2020.

No sirvió para nada. El presidente hizo suyo al Partido Republicano y, con esta absolución, afronta con marcado optimismo su cita con las urnas en noviembre.

El juicio se cerró con la votación de los cargos. El abuso de poder fue desestimado por 52 votos a 48, con una sola deserción republicana; y el de obstrucción al Congreso por 53 a 47, sin deserciones en ningún bando. Para destituir al presidente se necesitaban 66 votos, dos tercios de los escaños de la Cámara.

UN DISIDENTE / Solo un republicano rompió filas, exponiéndose a la ira de un electorado conservador que a buen seguro se sentirá traicionado. En la América de Fox News y Rush Limbaugh, el impeachment no ha sido más que un intento de golpe de Estado a cargo de la «élite demócrata» y sus aliados en los medios. De ahí que Mitt Romney reconociera que votar a favor de la destitución de Trump fue «la decisión más difícil» de su carrera. «No hay ninguna duda que el presidente pidió a un país extranjero que investigara a su rival político. Y lo hizo para satisfacer sus intereses políticos», dijo el senador y excandidato a la Casa Blanca. «No se me ocurre un asalto más egregio a nuestra Constitución que el intento de corromper unas elecciones para mantener el poder».

Este impeachment deja heridas profundas, tanto en la calle como el Capitolio. Y lo hace en un momento de explosiva polarización, que supera, según las encuestas, a la vivida durante la presidencia de Barack Obama. «Cuando no se le hace frente, el mal se propaga como un virus», dijo el senador demócrata, Tim Kaine, antes de la votación. «Hemos permitido que un presidente tóxico infecte el Senado y pervierta su comportamiento». Visto lo visto en estos tres últimos años, los demócratas no van a dejar de escrutar las acciones del presidente, pero se han quedado prácticamente sin cartuchos tras fracasar en este juicio y ver cómo Trump salía indemne de la investigación sobre la trama rusa.

Ahora más que nunca, Trump se va a sentir con autoridad para hacer lo que quiera. Durante el juicio sus abogados argumentaron que el Ejecutivo tiene un poder casi absoluto y es prácticamente inmune ante la ley.