Un vídeo de 22 segundos, grabado con su teléfono móvil, ha cambiado para siempre la vida de Adam Catzavelos. En las imágenes, que él mismo grabó hace días, este sudafricano de 39 años y origen heleno aparece en una playa griega, sin camiseta, con gafas de sol y tocado con un sombrero. Relajado y desenvuelto, Catzavelos celebra lo idílico de sus vacaciones, y entre los placeres que enumera está que no haya ni una sola persona negra en toda la playa. «Voy a dar la previsión del tiempo desde aquí. Un cielo azul, un día precioso, un mar impresionante y ni un solo kaffir a la vista», fueron sus palabras textuales. Kaffir es el equivalente sudafricano del nigger estadounidense, un término especialmente ofensivo y doloroso para los negros que hasta los periódicos evitan escribir con todas sus letras, optando en su lugar por la fórmula k-word (palabra de la k).

Confiado en la buena recepción que obtendría, Catzavelos compartió el vídeo con varios amigos, pero uno de ellos le traicionó y filtró el vídeo en las redes sociales la semana pasada.

En cuestión de segundos el hasta entonces anónimo Catzavelos se convirtió en tendencia en Sudáfrica, un país aún marcado por décadas de apartheid y siglos de discriminación racial, que tiene la sensibilidad a flor de piel ante cualquier manifestación de racismo contra los negros. Miles de compatriotas de todas las razas se escandalizaban en las redes por su comentario y hacían un llamamiento general para identificarle. Organizaciones sociales, instituciones y partidos políticos se sumaron a la indignación masiva en las redes.

«ALERTA RACISTA» / Mbuyiseni Ndlozi, carismático portavoz del tercer partido más votado de Sudáfrica, el partido revolucionario y nacionalista negro Combatientes por la Libertad Económica, hacía este ruego: «Alerta racista. Estamos buscando a este chico blanco. Cualquiera que sepa quién es, cómo se llama y dónde vive, que me envíe por favor un mensaje directo». Horas después de que se divulgara el vídeo, y una vez identificado su autor, una delegación de esta formación política acudía a una comisaría de policía a denunciar a Catzavelos por racista. Las condenas a sus comentarios seguían sucediéndose en cascada: el Gobierno, un grupo de presión afrikáner, las comunidades portuguesa, italiana y griega. Las labores de investigación de periodistas y decenas de miles de tuiteros daban sus frutos y trascendía el nombre de su esposa y de la empresa para la que trabaja, que también repudió al racista Catzavelos, como harían después la escuela a la que van sus hijos, un banco con el que colaboró y su propia familia.

La familia pidió disculpas y comunicó también el cese fulminante de Adam de todas sus responsabilidades en los negocios familiares. Las amenazas de muerte han llevado a sus padres a abandonar el país y al cierre temporal de todas las tiendas y restaurantes de la familia.

Catzavelos también ha pedido disculpas desde Grecia y dice sentir «una vergüenza absoluta» por el vídeo que grabó.