“Era de noche y estábamos en los bosques. De repente vimos luces y escuchamos ruidos. Eran los búlgaros. Empezaron a golpearnos, nos soltaron los perros. Todavía oigo esos ladridos”, cuenta Masood, rodeado por sus compañeros de viaje —Wajid, Mohsin, Rehmaallah, Sherwali y Bilal—, todos afganos, todos visiblemente menores de edad y solos. Están acampados al aire libre al lado de la estación de buses de Belgrado, en la plaza delante de la facultad de Economía, el neurálgico punto de reunión desde año y medio al que acuden muchos de los que, llegados a Serbia, quieren ir hacia el norte.

A la luz pálida de la tarde, la plaza es un crisol de gente. Hay jóvenes serbios que pasan mirando distraídos sus teléfonos, prostitutas gitanas que aguardan clientes en las esquinas, policías que vigilan, relajados, caminando adelante y atrás. La preocupación se concentra en los rostros de centenares de inmigrantes yrefugiados que, inquietos y cansados, buscan medicinas, comida e informaciones. La mayoría ha llegado a Serbia en los últimos días.

Bazgud, carpintero de la provincia de Kunar (Afganistán), muestra una herida en la pierna. “¿Ves? Esto fue por un porrazo que me dieron en Bulgaria. Los talibanes mataron a mi mujer. ¿Dónde quieren que vaya?”, afirma. Como él, no son pocos los que relatan vejaciones de la policía y de las mafias en suelo búlgaro. Algunos incluso hablan de sobornos pagados a los agentes. “Yo les di 1.500 euros a las mafias y la primera vez no logré pasar. La segunda, partí con un grupo y estuve dos días en los bosques”, dice Sharif, de 33 años.

RUTAS CERRADAS

No hay cifras claras sobre cuántos solicitantes de asilo e inmigrantes han logrado sortear el bloqueo de las fronteras balcánicas desde marzo, cuando Bruselas decidió romper en pedazos el sueño de miles por llegar, sanos y salvos, a la Unión Europea. De momento, el número de inmigrantes de paso por la ruta abierta el año pasado ha disminuido, sí, pero todavía son miles los que perseveran en su desesperada travesía, según confirman las agencias internacionales y oenegés en el terreno. Eso sí, corren más riesgos y van más lentos.

“Tan solo aquí ayer llegaron 250, de los cuales atendimos a 50 con problemas médicos, incluso vimos algunos casos de sarna”, dice la doctora Nevena Radovic, de Médicos Sin Fronteras. “La gran mayoría son afganos, pero también hay iraquís, paquistanís, subsaharianos, magrebís y sirios. Y hay muchos menores”, la interrumpe Amir, un serbio-libio que hace de intérprete durante las consultas médicas. “Es difícil imaginar que ya no entren. En esta plaza, de momento, los números son como los del año pasado en esta época”, añade Radovic. Y a estos, claro, hay que sumar a los otros que están en los seis campos que hay en el país.

NUEVAS BARRACAS

Tal es la situación que en el centro de solicitantes de asilo de Krnjaca, en los suburbios de Belgrado, las autoridades han dado la orden de dejar preparadas nuevas barracas. Allí es donde van los más enfermos, muchas mujeres con niños y los que ya no tienen dinero para pagar su viaje. Hanaa Ismael, una kurda de Siria, es una de ellas. Para cruzar desde Bulgaria, caminó diez horas, en lugar de la hora prometida por los traficantes, pero ella, su prima y seis niños —incluso su hijo de cuatro meses y que tiene bronquitis— hace 10 días lo lograron. “Mi marido ya está en Alemania”, explica la mujer, la cual, como otros, en su fuga de Siria ha estado en varios campos de refugiados antes de llegar a Serbia.

También hay quien muestra cicatrices de proyectiles y navajazos, en un remoto gesto de convencer de su condición de perseguidos. Y ahora no sólo quieren ir a Alemania, también barajan Italia, Francia, e incluso países considerados hasta ahora de paso, como Serbia. “Hemos observado un aumento de solicitudes de asilo en Serbia”, admitió el jueves el responsable regional de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), Hans Friedrich Schodder.