Desde hace más de tres lustros, concretamente desde los albores de la guerra de Bosnia, Leposava Milosevic, anciana serbobosnia y devota ortodoxa, no se atreve a recorrer los 10 kilómetros en sentido descendente que separan Pale, la que fue capital de los serbios de Bosnia en la contienda, de Sarajevo, la ciudad sitiada por los hombres de Radovan Karadzic. Al acabar las hostilidades en 1995, su marido, ahora bajo tierra, regresó a la ciudad en repetidas ocasiones para vender el apartamento que les pertenecía, situado junto al Teatro Nacional. Para Leposava, volver a la urbe en la que se desarrolló parte de su existencia carece ahora de todo sentido: "No puedo ir a Sarajevo; los muyahidines me decapitarían y jugarían al fútbol con mi cabeza".

"¿Y quién le cuenta a usted que es eso lo que sucedería?", pregunto. "Nos lo han dicho por televisión", responde sin dudar, mientras hace un alto en el camino de regreso a casa, con dos pesadas bolsas de la compra asidas por ambas manos.

Puede que el caso de Leposava sea una excepción; que la mayoría de serbobosnios que viven en Pale no sientan semejante amenaza y bajen de vez en cuando a Sarajevo para hacer trámites burocráticos o recados, o que en ningún caso piensen que su cabeza pueda acabar rodando por los céspedes sarajevenses.

VECINOS DE RENOMBRE Una localidad donde muchos son huidos de Sarajevo, que han preferido instalarse entre los suyos y que, como Nebosh Sh., ya no se sienten cómodos en la gran ciudad. "Allí no tengo futuro ni perspectiva", relata. Una población con vecinos de renombre --Liljana, esposa de Radovan Karadzic, Sonja, su hija y Sasa, su hijo-- y visitada a menudo por las tropas de la SFOR, quienes hasta hace poco creían que el criminal de guerra más buscado rondaba por aquí. A Leposava se le ilumina el rostro en cuanto se le inquiere por Karadzic. Para ella, es más que un cabecilla, Raso (apodo cariñoso de Radovan) es una suerte de caudillo iluminado que guió a su pueblo en tiempos difíciles y le permitió huir del exterminio. "Es muy triste su detención; era el único que nos defendía, porque estábamos siendo masacrados", apunta con mirada ensimismada.

Para ella, Karadzic no es un poeta fracasado o un genocida, como defienden sus enemigos o le acusan en La Haya, sino "un hombre brillante y dotado de una gran educación", y sucesos como la masacre de Srebrenica no fueron más que una justa "venganza" a la matanza de serbios allí, a comienzos de la guerra. En una comunidad tan pequeña como Pale, donde todos se conocen, no hay quien no se haya cruzado en plena calle con el acusado de genocidio, quien no haya intercambiado palabras de cortesía o incluso haya estrechado lazos de amistad. Vlado Simic, que era solo un adolescente que trabajaba como camarero durante la contienda, recuerda de él su gran cordialidad en el trato. "Era muy amable; incluso sus guardaespaldas lo eran", recuerda de él en una ocasión que visitó su local. Desde la detención de Karadzic en Belgrado, Pale está en pie de guerra. Además de actos espontáneos de solidaridad, una manifestación de apoyo congregó el pasado sábado a centenares de personas en el centro de la ciudad con la participación de algunos dirigentes políticos locales. "Más de 200 veteranos de guerra serbobosnios están dispuestos a testificar en La Haya que Karadzic es inocente, y a probar que también hubo víctimas serbias en la guerra", prometió Slavko Jovicic, presidente de la asociación de veteranos de la guerra serbios.