"Hermano soldado, rechaza obedecer las órdenes, niégate a cazar a tus hermanos". Las pintadas de las casas del asentamiento de Netzer Hazani lanzan mensajes nada subliminales a los soldados que aún no han aparecido por esta colonia en la que vivían 70 familias. Eso era antes. Ahora viven varias menos, muchas menos, aunque nadie quiere decir cuánta gente ha empaquetado y se ha ido voluntariamente. Hay que mantener la moral alta entre los que quieren resistir a la evacuación ordenada por el primer ministro, Ariel Sharon.

Pero la moral, incluso la de los habitualmente mesiánicos colonos, tiene oídos, y la pasada noche el ruido de los camiones de mudanza era perfectamente audible en toda la colonia, imponiéndose al canto de los gallos. "No tenemos más remedio que irnos, tenemos una familia. ¿Qué vamos a hacer? ¿Perderlo absolutamente todo?", pregunta en voz alta Ruth Ariad, matriarca de una familia de ocho hijos, cuatro chicas y tres chicos.

Ruth llora en lo que queda de lo que fue su cocina. A su alrededor, sus hijas --adolescentes y veinteañeras-- empaquetan sus pertenencias. En el jardín, un camión de mudanza con sus grandes puertas abiertas de par en par se traga 20 años de vida de los Ariad en Netzer Hazani. Un perchero. Cuatro sillas. Dos sofás. Un armario. Varias camas. Una mesilla de noche. Una docena de maletas llenas de ropa. Dentro, acallando las lágrimas de Ruth, uno de sus hijos desclava con un martillo un mueble que no quiere separarse de la pared.

"Al principio nos planteamos que no nos íbamos a ir, pero hoy es el último día y no podemos arriesgarnos a quedarnos sin nuestras cosas, nuestros muebles, nuestros recuerdos de la vida en esta fantástica comunidad", dice Ruth, ya llorando sin remedio. Muchas de las familias de Netzer Hazani han optado por una solución intermedia: vaciaron sus casas pero se han quedado durmiendo en colchones dispuestos en el suelo o sobre el césped, en el espacio comunitario de la colonia o en tiendas de campaña, junto a sus amigos venidos de Cisjordania, a la espera de que los soldados israelís los evacuen por la fuerza en cualquier momento a partir de hoy.

Pero ésa no es una opción del agrado de Ruth, matriarca de la familia desde que murió su esposo. "No quiero que mis hijos sean detenidos o agredidos por los militares". Por eso, antes de la medianoche de ayer, cuando se cumplieron las 48 horas de gracia otorgadas por el Gobierno, los Ariad se fueron.

"Nunca le vamos a perdonar a Sharon esto. Hemos estado años sufriendo el terrorismo y ahora él se rinde y les da una victoria y todas nuestras vidas. Esta es nuestra tierra". Para Ruth, la actitud de su primer ministro es incomprensible, y el discurso que pronunció el lunes por televisión, "indignante". "¿Cómo puede decir que esto es bueno para Israel? ¿Por qué no dice la verdad? ¿Por qué no dice que tomó esta decisión para tapar las acusaciones de corrupción contra él y sus hijos?", se pregunta esta mujer mientras abraza una fotografía familiar enmarcada.

Un grupo de amigas de Ruth entran en la casa para despedirse. Todas visten igual: faldas hasta los tobillos, pañuelo anudado alrededor de la cabeza. Son ultraortodoxas. Hay más lágrimas, besos y maldiciones contra Sharon, la Unión Europea, la ONU y la prensa mundial, a la que consideran profundamente "antisemita". "¿Usted de qué lado está?", preguntan antes de dar por finalizada la entrevista y la visita a lo que queda de la casa.

Casas de propaganda

Una vez lleno, el camión de la mudanza partió hacia la casa de unos familiares, donde los Ariad se alojarán hasta que solucionen el papeleo burocrático de las compensaciones. Piensan, como la mayoría de los colonos, que las indemnizaciones y casas nuevas que el Gobierno israelí ha anunciado que va a entregarles son "propaganda", ya que o bien no existen o bien no son lo suficientemente buenas.

Pues nunca nada será mejor para estas familias que sus hogares levantados en territorio palestino ocupado, conquistado por la fuerza de las armas, defendido durante 38 años con uñas y dientes; una tierra que creen que les pertenece por derecho divino.

"Porque así lo dice la Biblia", sentencia Ruth con la rotundidad de quien no quiere saber qué hay tras la valla que la separa de los palestinos.