El programa debutó en pantalla en enero de 2004. “Mi nombre es Donald Trump y soy el mayor promotor inmobiliario de Nueva York. Soy dueño de edificios en todos lados. Agencias de modelos, el concurso de Miss Universo, aviones de pasajeros, campos de golf, casinos y resorts privados como Mar-a-Lago”, decía el magnate, sentado en una de sus limusinas, a modo de introducción. Varios emprendedores en ciernes competían por un trabajo en la Trump Organization y aunque el 'reality show' nunca llegó a ser el programa “número uno” de la televisión estadounidense que proclamaba su presentador, sus millones de espectadores sirvieron para introducirlo al gran publico más allá de la Gran Manzana, de las páginas salmón y las revistas rosas.

Durante las 11 temporadas que estuvo al frente, ‘El Aprendiz’ proyectó a un Trump más certero e infalible en los negocios de lo que demuestran sus cuatro quiebras declaradas -ninguna de ellas personal— para salvar el pellejo tras sendos negocios desastrosos. Y puso también de manifiesto su notable olfato para la cultura popular y los réditos que se pueden extraer de la fama, demostrados ampliamente durante la pasadas primarias, cuando el empresario echó mano de su talento como encantador de serpientes para dominar permanentemente la conversación. “Trump pasó a representar riqueza mezclada con vulgaridad y un hedonismo refrescantemente honesto”, ha escrito su biógrafo, Michael D’Antonio, en ‘Never Enough: Trump and the Pursuit of Success’. “La palabra Trump se convirtió en sinónimo de éxito descarado y autopromoción indecorosa”.

El ‘show de Trump’ vuelve esta semana con la Convención Nacional Republicana, que servirá para confirmar oficialmente su candidatura a la presidencia. El multimillonario neoyorkino ha prometido un “increíble espectáculo”, más parecido a una fiesta de Hollywood que a los áridos programas para yonquis políticos de la cadena CSPAN. Pero la cita de Cleveland llega marcada más por las ausencias. Y no solo de muchos de los notables del partido.

El dinero de Adelson

Más de dos docenas de ricos donantes del partido y multinacionales como Coca-Cola, Visa o FedEx han optado por no asociar su nombre con el de un candidato que ha insultado a los mejicanos, los musulmanes, los discapacitados o las mujeres. Eso ha hecho que el partido haya tenido que pedir seis millones de dólares al rey de Las Vegas, el empresario de los casinos Sheldon Adelson, para cubrir el dinero que ha dejado de ingresar en publicidad. “Durante el último par de meses, la publicidad negativa en torno a nuestro potencial nominada ha hecho que un número considerable de patrocinadores retiraran sus compromisos”, decía la carta publicada por ‘Politico’.

Nadie sabe lo que pasará en la Convención. Los delegados afines a Trump han conseguido blindar las reglas para que ningún otro candidato de última hora pueda desafiar su nominación, pero el movimiento ‘Nunca Trump’ pretende dejar patente sudisconformidad con el candidato, por lo que no habría que descartar un espectáculo como el que se vivió en 1964, cuando la facción liderada por el moderado Nelson Rockefeller tomó el escenario para advertir sobre el creciente extremismo que se había apoderado del partido. Antes como ahora, los gestos de apaciguamiento habían fracasado.

Cuando Rockefeller llamó al candidato Barry Goldwater para conceder la nominación, el senador por Arizona y padre el conservadurismo moderno, respondió: “No quiero hablar con ese hijo de puta”. A los delegados negros, se les escupió desde las gradas.

Manifestaciones de toda clase

Imágenes como esas se quieren evitar a toda costa. Dentro y fuera del polideportivo que albergara la convención porque se esperan manifestaciones de todo pelaje. La ciudad se ha blindado ante la expectativa de que concurran en Cleveland desde grupos separatistas negros de extrema izquierda a neonazis. Las permisivas leyes respecto a las armas vigentes en Ohio, complican la situación. Allí es legal llevar un rifle colgado a la espalda y, aunque se ha prohibido la entrada de armas dentro de la Convención, la ley es la ley fuera de ella, donde se escenificarán las protestas y muestras de respaldo a Trump.

El Partido Republicano quiere aprovechar la oportunidad para lavarle la cara a su candidato, presentándolo como un hombre capaz de tomar las riendas del país en esta era turbulenta. “La Convención llega en un buen momento para pasar la página”, ha dicho el presidente del partido, Reince Priebus. Para Trump será el momento con el que ha fabulado toda su vida. Durante muchos años, la política fue para él poco más que un instrumento para avanzar sus negocios. Desde 1997 cambió hasta en siete ocasiones de partido y donó más de tres millones de dólares a candidatos de ambos partidos.

Un vicepresidente para movilizar a la derecha

Podía haber escogido a Newt Gingrich, sinónimo de ideas originales, conocimiento de los entresijos del Congreso y entretenimiento asegurado. O podía haber elegido a Chris Christie para reforzar su imagen de tipo duro y apaciguar a los sectores pragmáticos del partido. Pero Donald Trump ha preferido cortejar a la derecha más conservadora y religiosa al apostar por Mike Pence para acompañarle en la vicepresidencia. El gobernador de Indiana, al que presentó el sábado, es en las formas la antítesis suya. Un político de hablar calmo y poco dado a los ataques, la función que se les presupone a los candidatos a la vicepresidencia.

Durante 12 años, Pence sirvió en el Congreso, antes de volver a su estado para ser gobernador, donde le ha ido bastante bien con una política fiscalmente conservadora. Su alineamiento con la derecha cristiana en el terreno social le ha valido más de una polémica y, ante la presión, ha acabado reculando, lo que no ha gustado a los sectores más ideológicos del partido. Cercano inicialmente al Tea Party, tiene aliados en Washington y es un hombre cercano a varios de los grandes mecenas republicanos.