Las fichas se cantan por el valor numérico que representan en el mahjong , una suerte de dominó chino. Solo la de 20.000 tiene un nombre particular. Es habitual que, cuando un jugador la suelte a la mesa, grite "¡Xiao Bin!". Xiao Bin es un pobre diablo que fue brevemente entrevistado en la noche del 3 al 4 de junio de 1989 en los aledaños de la plaza Tiananmén por la cadena de televisión estadounidense ABC. Decía haber visto muchos muertos. ¿Cuántos? "Veinte mil, veinte mil". Esos ocho segundos le costaron a Xiao 10 años de cárcel.

Mahjong aparte, no queda rastro cotidiano de aquel aplastamiento hoy en China. Esta semana, cuando se cumplan 20 años, no se leerá una línea en la prensa. Tiananmén es ignorado por los jóvenes y en las zonas rurales. Solo los que lo vivieron y la élite cultural lo conocen, y carecen de ganas de explicarlo. "¿De qué serviría? ¿Devolvería a los muertos? No, solo el caos", dice una universitaria pequinesa.

VOLUNTAD DE OLVIDO Gobierno y sociedad van de la mano en la voluntad de olvido. El confucianismo evita el debate sobre la memoria histórica tan presente en otros países. Aquí no hay dudas de que el bien común prevalece sobre el individual, la armonía social sobre el hijo muerto, el progreso económico sobre la apertura de tumbas, el presente sobre el pasado.

La batalla es monopolio de los directamente afectados. "Muchos de mis mejores amigos me han recomendado que deje la lucha, que aquello ya no tiene remedio, que olvide", contesta en su piso pequinés Ding Zilin, presidenta de las Madres de Tiananmén, quien perdió a su hijo de 17 años. Han pasado 20 años desde que los tanques abortaran con sangre seis semanas de manifestaciones, que habían pasado de honrar al fallecido Hu Yaobang a exigir reformas democráticas, y que habían avergonzado al Gobierno durante la mediática visita de Mijail Gorbachov a Pekín. Nadie ha pedido perdón, unos 30 manifestantes siguen encarcelados y no se han dado las cifras de los muertos (se estima que entre unos centenares y 3.000). Solo eso impide cerrar el capítulo y dejarlo para los libros de historia junto a Mao y cualquier dinastía.

Los gobernantes responsables han muerto o desaparecido, y 20 años son muchos en un país que cambia a la velocidad de China. Muchos cambios empezaron ahí, cuando el Gobierno y el pueblo firmaron ese pacto tácito de estabilidad a cambio de desarrollo económico.

LA CRISIS Y SUS EFECTOS Hoy coinciden causas que desencadenaron aquellas protestas --la corrupción-- con nuevas --el paro--. Lee Cheuk Yan preside desde Hong Kong la mayor organización china de derechos humanos, organizadora del encendido de velas en la vigilia de cada aniversario de Tiananmén: "Gobernar con desarrollo económico, nacionalismo y mano dura no puede funcionar. La crisis global ha dejado sin empleo a 20 millones de trabajadores. La corrupción es 100 veces mayor. Es una época de gran peligro. Como decimos en China, una chispa puede quemar toda la pradera. Si pasa, espero que el Gobierno haya aprendido la lección de 1989".

El discurso crítico de Han Dongfang, un represaliado de Tiananmén, es sosegado, sólido y posibilista, alejado de los que exigen que China sea Suecia mañana. "El caldo de cultivo empuja a la protesta, pero los mecanismos son más saludables ahora. El cambio social debe ser gradual, no con grandes eslóganes. Hay miles de manifestaciones diarias de trabajadores por sus salarios impagados. Son reclamaciones concretas, negociables. ¿Quién podía imaginar huelgas hace 20 años? La prensa destapa escándalos y los abogados defienden derechos humanos. Algunos acaban en la cárcel, pero ¿quién se atrevía antes? El avance es innegable. Las grandes manifestaciones populares son dramáticas e inservibles. Nadie quiere otro Tiananmén. Los chinos ya hemos sido lo bastante miserables". Muchas de las reformas que los estudiantes pedían en 1989 se han logrado gracias al desarrollo económico. No hay una democracia occidental ni se la espera, pero millones de jóvenes estudian en el extranjero y la clase media aumenta cada día.

RITMO DE PROGRESO Eugenio Bregolat era el embajador español en Pekín en 1989: "China es hoy más rica, informada, educada, plural y libre que antes. La democracia es como el amor, tiene que salir de dentro. China seguirá dictando el ritmo de su progreso. Tras las cortinas hay un debate muy vigoroso. Que Occidente pretenda imponer su catequesis es de ignorantes y pretenciosos". Se suele discutir si la ausencia de otro Tiananmén se debe a la felicidad de los chinos o al miedo a otra represión sangrienta. Bregolat defiende sin lugar a dudas lo primero.