La satisfacción y el alivio por la captura del tirano no han durado mucho. La sangre sigue corriendo en Irak, el fantasma de la guerra civil y el riesgo de la partición adquieren perfiles inquietantes, la frágil moral norteamericana socava las esperanzas de los escasos demócratas iraquís y las volubles tácticas confirman los pésimos cálculos geoestratégicos. El jefe de la CIA encargado de las armas de destrucción masiva abandona su cargo. Sadam Hussein fue azote sanguinario de su pueblo, pero sus vencedores no hallan el camino de la paz. El futuro depende del petróleo y las necesidades electorales de George Bush.

La opinión norteamericana ignora ese nebuloso programa de democratización del mundo árabe que forma parte de la indigencia geopolítica de los neoconservadores. Prevalece el simplismo que no distingue entre resistencia y terrorismo y que, por ende, estimula la empresa de los lunáticos del islamismo y los nostálgicos del déspota.

*Periodista e historiador.