Cuentan las crónicas que el origen de la distancia que separa al primer ministro británico del líder de la oposición es el equivalente a la longitud de dos espadas, unos escasos 3,96 metros, y que unas líneas rojas marcadas en la alfombra con esa distancia recuerdan que la tarea del Parlamento es llegar a acuerdos a través de medios pacíficos. Una buena metáfora de la política británica sostenida sobre el diálogo, la negociación y las mayorías simples.

Un sistema sencillo, si se consigue la mitad más uno. Pero un sistema bloqueado cuando las posiciones contemplan más de dos vías de resolución del conflicto. El Reino Unido se encuentra, como encabezaba el Daily Mirror en su edición del miércoles, en una situación de no deal, no hope, no clue, no confidence (sin acuerdo, sin esperanza, sin idea, sin confianza).

Sin duda lo acontecido en la tarde del día 15 de enero de 2019 será recordado en los libros de historia como la mayor derrota de un Gobierno británico en la Cámara de los Comunes desde los años 20 del siglo pasado. El paso dado hace dos años por el premier David Cameron con la convocatoria de un referéndum sobre la permanencia en la Unión Europea también fue histórico. Rompía una tradición de democracia parlamentaria y representativa muy presente en el ADN de la sociedad británica y dio paso a una nueva era en la política del país.

El pragmatismo y la flema dejaban paso a un esencialismo más carpetovetónico e intransigente que, curiosamente, enlaza de manera casi perfecta con otros repliegues soberanistas que estamos presenciando en el continente.

Este tránsito ha provocado una fractura social sin precedentes en el país y ha llevado a una extraordinaria crisis de confianza en las instituciones estatales por parte de la ciudadanía que observa anonadada cómo sus políticos no son capaces de ejercer su mandato soberano.

Los escenarios a partir de ahora en ningún caso son halagüeños. Parece que una renegociación de los contenidos del acuerdo no se contempla por parte de los socios comunitarios que solo accederían a una ampliación del artículo 50 en relación con los plazos, algo que se contemplaría también el caso de la eventual convocatoria de elecciones generales. Las opciones que sí parece que atraen más quorum serían las dos más polarizadas. De un lado, la salida dura sin acuerdo, definida como catastrófica por ambas partes.

De otro, la opción apoyada por el laborismo, la convocatoria de un segundo referéndum que provocaría todavía más conflicto social del existente en una sociedad cuya cultura política se ha sostenido, desde Adam Smith, sobre la confianza institucional y la validez de las decisiones adoptadas por sus representantes.

Posición de los 27

Nadie sabe con certeza qué pasará a partir de ahora. Lo único que parece firme es la posición de los 27 en relación con el brexit. Desde Bruselas no van a dar su brazo a torcer, por lo que Theresa May tendrá que jugar su última baza al modelo noruego de pertenencia a la EFTA y al Espacio Económico Europeo y tratar de convencer a los miembros de los tories de sus virtudes. En caso contrario, nos quedará el abismo.