Go, go, go!" (Fuera, fuera, fuera). Con el rostro en tensión, un marine hispano con brazos de hierro y espalda de culturista que montaba guardia frente a una de las bases de las tropas de EEUU en Nasiriya agitaba nerviosamente una mano para que nos hiciéramos a un lado del camino de tierra, mientras no separaba la otra de su pistola, enfundada en su chaleco antibalas. "Salgan del vehículo, acérquense caminando despacio y díganos lo que quieren, y alejen de una puñetera vez el coche de la puerta", decía a voz en grito.

Los liberadores actúan en Nasiriya con modales de fuerzas ocupantes. Cualquier coche, cualquier individuo es una amenaza para la integridad de los soldados de EEUU. Es el nerviosismo de unas tropas que ya han sufrido al menos dos atentados con coche bomba desde el inicio de la campaña militar.

CONTRASTE CON BASORA

Recién llegados de Basora, donde los soldados británicos permiten a los curiosos iraquís acercarse hasta la puerta del palacio de Sadam Husein --donde han montado su base--, e incluso hacen el esfuerzo de conversar con ellos, Nasiriya parece otro mundo. Aquí ni siquiera se ha producido la explosión de ira contra el régimen y la oleada de saqueos de edificios gubernamentales que han tenido lugar en otras localidades de Irak tras la caída de Sadam. Son dos formas de actuar y relacionarse con el entorno que reflejan el abismo que separa a unos soldados norteamericanos obsesionados por su seguridad y a unas tropas británicas que intentan ganarse a la población civil a costa de asumir riesgos.

Los marines de EEUU tienen el gatillo fácil en Nasiriya. En la carrocería de nuestro Mishubishi Outlander, dos enormes carteles con la palabra Press identifican el vehículo, que transportaba a una enviada especial de un diario británico, a este corresponsal y a nuestro chófer iraquí, Moayed. Antes, el coche había atravesado un primer control de seguridad, y el soldado de guardia en el puesto de control ya había informado por radio que un coche con periodistas se acercaba a la entrada, pero aquí nadie corre ningún riesgo.

A juzgar por la tensión de los marines en Nasiriya, la otra guerra, la que los soldados libran para "ganar los corazones" de los iraquís --según la terminología del Pentágono-- no va por buen camino. El propósito de acercarnos a uno de los cuarteles de EEUU era preguntar dónde tenían su base los partidarios de Ahmed Chalabi, el líder opositor que se ha instalado en Nasiriya.

Tras varios minutos de conversación y una llamada telefónica familiar del marine en cuestión a San Diego, a través de nuestro teléfono satélite, el hombre permite que salga a nuestro encuentro un periodistas de la agencia Reuters integrado con las tropas de la coalición anglo-norteamericana que no parece saber mucho y nos envía a otro cuartel. Asegura que la ciudad está tranquila, aunque, por si acaso, recomienda no cruzar el puente, porque los barrios situados más allá del río "no son seguros".

En el otro cuartel las cosas no mejoran. "Necesitan un permiso especial para entrar. Si quieren pregunten por radio, pero alejen de una vez el coche, están creando un problema de seguridad", responde con malos modos otro marine. El problema era un puñado de curiosos, entre ellos varios niños famélicos, que pedían a los recién llegados un sorbo de agua.

UNA NAVE ESPACIAL

De nuevo, "go, go, go", aunque esta vez para las decenas de curiosos que se acercaban a un vehículo que, comparado con el parque rodante local, debía parecer una nave espacial.

Nasiriya es una palabra maldita para las tropas de EEUU. Aquí, los partidarios de Sadam opusieron durante semanas una resistencia feroz. Ayer parecía una pacífica ciudad de campesinos, con niños descalzos y casas de adobe.