Hace diez años en un día como hoy todas las banderas marroquís estaban a media asta y los habitantes de Rabat vestían de luto. Hassan II, el hombre que gobernó con puño de acero el reino magrebí, había muerto. Hoy se recuerda su muerte y la entronización de su hijo, Sidi Mohamed, en quien buena parte de la población proyectó las ilusiones del cambio, de la ansiada "transición".

El príncipe heredero, de quien se decía "tiene madera democrática", sucedía a su padre y abría una nueva singladura en la forma de reinar. Parecía que se acababa el reinado de los abusos, de los atropellos, de las detenciones arbitrarias, de las desigualdades y Marruecos entraba en un dorado periodo donde primaría la justicia social gracias al proclamado "Rey de los pobres".

Figura sagrada

Unos años más tarde, se frustraron las primeras buenas intenciones, la transición no llegó a cuajar y el joven Mohamed VI no logra colmar las expectativas del ciudadano de vivir en un Estado de derecho. El príncipe heredero pasa entonces a llamarse el monarca de la "continuidad". Una década después y al borde de los 47 años, el monarca alauí sigue dominando todos los sectores, en él se concentran los poderes y continúa siendo alguien "sagrado" e "invulnerable". Es la sombra de su padre. Pero Mohamed VI no es Hassan II. Desde que subió al trono, su objetivo ha sido acercarse al pueblo y lo ha hecho, a diferencia de su predecesor, multiplicando los viajes, recorriendo poblaciones donde jamás fue Hassan II.

Sin romper del todo con la tradición, cuando el rey se desplaza también lo hacen cientos de alfombras de lana, como las que se extendieron en la playa de Alhucemas para evitar que el monarca alauí se llenara los zapatos de arena y, allá donde viaje, la parada del besamanos es emblemática. Pero el hecho de dejarse ver demasiado a menudo en público no quiere decir que el rey conozca la realidad del país. Analistas e historiadores están convencidos de que "ignora" lo que ocurre en la sociedad porque a su paso se ha sembrado césped y levantado tapias para esconder los bidonvilles (chabolas).

Mohamed VI tampoco es Hassan II cuando reconoce la existencia de pobreza y se crean importantes instituciones para erradicarlas, cuando entiende que uno de los problemas acuciantes es la marginación de la mujer e impulsa un nuevo código de la familia que les garantiza más derechos, y cuando levanta proyectos de infraestructuras de electricidad, autopistas y agua potable.

Permisividad

Su rol de modernidad encajaría muy bien si no fuera porque "permite la corrupción, consiente a los aduladores y a una justicia que no es independiente", criticó un analista político. Y en el plano ideológico y religioso "no deja libertad para que cada cual piense como quiera", añadió.

Tampoco es su padre en otro punto crucial. Un joven tímido, discreto, poco locuaz, que repele las cámaras y parece que lee cada uno de sus aislados discursos. Solo han sido siete entrevistas y ninguna rueda de prensa en 10 años. Hace tres años que no acude a las cumbres. Su tiempo transcurre entre palacios o chalés y subido en un tren de vida, esto sí lo ha heredado de su padre, inalcanzable por el común de los mortales. La fortuna del "rey de los pobres" está entre las primeras de los reyes del planeta.