Las dictaduras no se dejan derribar con facilidad. Resisten, reprimen, matan. En Sudán, como en Egipto, no había solo un dictador -Omar al Bashir, desde hace 30 años-, sino una casta militar corrupta que no está dispuesta a abandonar el poder. Además de la defensa de sus negocios, a los generales les mueve el temor a acabar en la cárcel, o ante el Tribunal Penal Internacional que los reclama desde hace tiempo por crímenes contra la humanidad. Como sucediera en el 2011, en la (falsa) primavera cairota, los militares sudaneses respondieron a un levantamiento cívico que desbordó el centro de Jartum con un golpe palaciego incruento y el derrocamiento del dictador. La imprecisa promesa de unas elecciones a medio plazo que no calmó a los manifestantes, que exigen un gobierno civil de transición.

Desde la caída de Bashir, el 11 de abril, a la represión del 3 de junio se juegan en la zona varias partidas simultáneas. La más visible está en la calle. Los militares cambiaron la composición de la junta para ganar tiempo, anunciaron un proceso a Bashir (que está en paradero desconocido) y buscaron apoyos en el exterior. No los encontraron en la Organización para la Unidad Africana, ni en Etiopía, uno de los países más afectados por una eventual inestabilidad. Addis Abeba acaba de iniciar su camino a la democracia con mujeres en puestos clave, incluida la presidencia, el Ministerio de Defensa y la mitad del gabinete.

El número dos de la actual junta sudanesa, y al parecer hombre fuerte, es un viejo conocido: el general Hemeidti, nombre de guerra de Mohamed Hamdan Dagalo. Es uno de los que tienen cuentas pendientes con la justicia internacional. Fue jefe de las milicias Janjawid, autoras de numerosas matanzas en la región de Darfur desde el 2003 y responsables de más de 300.000 asesinatos.

Entre las dos fechas --el 11 de abril y el 3 de junio--, se produjo una reunión en Yedda entre el general Hemeidti y el príncipe heredero saudí Mohamed bin Salmán, que es sospechoso de ordenar el asesinato de Jamal Khashoggi. Son amigos, colaboran en el bombardeo de Yemen.

Puede ser una casualidad, pero tras ese encuentro, los militares sudaneses dejaron de tolerar las protestas. Sus paramilitares atacaron por sorpresa a los civiles. Es difícil saber el número de muertos de aquel trágico lunes del 3 de junio. Una organización médica local situó la cifra de fallecidos en 136. Otras fuentes, en 500, además de cientos de heridos y detenidos. Lanzaron cadáveres al Nilo y hubo violaciones de mujeres.

La mano saudí, muy presente en Siria y en la guerra de Yemen, se encuentra detrás del régimen militar egipcio, que preside el general Al Sisi. Egipto es una pieza clave en otra partida regional, la que se disputan Irán y Arabia Saudí, que trata de forzar una intervención estadounidense. Sudán es para El Cairo un asunto estratégico por razones acuíferas, dado que ambos comparten el río Nilo.

Riad es el segundo comprador mundial de armas tras la India, un país de más de mil millones de habitantes y con una guerra en pausa con Pakistán. Arabia Saudí solo tiene 32 millones de habitantes. ¿Para qué tantas armas? Se sabe que suministra blindados, armas y municiones a la junta militar sudanesa.

Entre el 2015 y junio del 2018, España ha autorizado ventas de armamento a Riad país por valor de 2.017 millones de euros. No existe un control de su uso. Somos el cuarto país tras EEUU, Reino Unido y Francia en vender más armas. Alemania congeló las suyas por la presión civil.

Pese a la represión, los manifestantes sudaneses redoblan su protesta. El domingo anterior lograron paralizar el país con una huelga general. Se multiplican los actos de desobediencia civil en medio de un doble apagón informativo: el que imponen los generales y el escaso interés de la prensa internacional, a excepción de la británica, ya que fue colonia. Sudán desapareció de las noticias tras las matanzas de Darfur y la independencia del Sur. Es país rico en pobres, desigualdad, petróleo y minerales.

Todo empezó el 8 de abril con la poderosa imagen de la joven Alaa Salah sobre un vehículo en Jartum en medio de varones que gritaban revolución. Fue un símbolo en un país musulmán. Las mujeres sudanesas están desempeñando un papel clave. No sabemos qué fue de aquella heroína. Nos movemos a impulsos emocionales, como con la muerte de Alan Kurdi en aguas del Mediterráneo el 2015. Después del impulso, nada. Solo olvido.