Las primeras imágenes que los medios tuvieron de Jared Lee Loughner eran dos fotos de un libro escolar y de un acto en que fue voluntario, retratos normales de un joven de 22 años aparentemente normal. El lunes, la policía publicó una instantánea en la que Loughner aparece rapado y con una perturbadora sonrisa, el rostro que para siempre se vinculará a la masacre del pasado sábado en Tucson. Pero queda mucho para superar las limitaciones de la cámara y conocer la mente que provocó esa matanza y esa sonrisa, la psicología de alguien a quien el juez negó el pasado lunes la libertad bajo fianza declarándole "un peligro para la comunidad".

Las primeras líneas de ese retrato profundo, que será determinante en sus procesos judiciales, han empezado a aparecer gracias a testimonios de amigos como Bryce Tierney. Este otro joven de 22 años ha explicado a la revista Mother Jones cómo Loughner hace años que empezó a prestar atención a los sueños lúcidos, ensoñaciones conscientes que crean una realidad alternativa, que se transformaron en obsesión y le desvincularon de la realidad. Tierney afirma que, si los investigadores se hacen con el diario, en que los apuntaba dispondrán de "una prueba de oro". El amigo también ha revelado más detalles de la obsesión de Loughner con la congresista Gabrielle Giffords, objetivo principal de su atentado. Loughner acudió ya en el 2007 a un acto de Giffords similar al del pasado sábado donde le preguntó: "¿Qué es el Gobierno si las palabras no tienen sentido?". Ese interrogante muestra otra obsesión de Loughner: la semántica, reflejada en sus vídeos en YouTube. Y aunque Giffords trató de dar una respuesta, no satisfizo a Loughner.