Tony Blair volvió ayer de sus vacaciones en el Caribe teniendo que afrontar, una vez más, las consecuencias negativas de la guerra de Irak. En su primer día en Downing Street, el primer ministro comenzó el curso político con un partido dividido, debido principalmente a su política exterior, y unas encuestas cada vez más desfavorables. El suicidio de un joven soldado británico que esperaba destino en Irak añade más dramatismo a los efectos colaterales de un conflicto que sigue haciendo daño a Blair.

La prensa británica recogía ayer la triste historia de Jason Chelsea, destacando sus últimas palabras en los titulares: "No puedo ir a Irak, no puedo matar a esos niños". Una frase que el soldado de 19 años le dirigió a su madre momentos antes de morir. Jason ingirió una sobredosis de pastillas y se cortó las venas el pasado 10 de agosto. Murió cuatro días más tarde en el hospital. Según sus padres, sus instructores de la academia militar le habían avisado que en Irak niños de solo dos años podían ser utilizados como terroristas suicidas, por lo que tenían que estar preparados para dispararles, si llegaba el caso.

ENORME PRESION Su caso es un ejemplo más de la enorme presión que sufren las tropas británicas destinadas en Irak. Desde que comenzó este conflicto en el 2003, cinco miembros del Ejército se han suicidado y 115 han muerto en acto de servicio. Además, 1.541 soldados de las bases británicas en Irak sufren trastornos psiquiátricos.