Está terminal tras una operación de corazón, ya se ha muerto, se ha blindado del coronavirus en su mansión costera de Wonsan. El enésimo tsunami de rumores sobre la salud de Kim Jong-un confirmó lo que ya sabíamos: que sabemos muy poco y que no hay límites a la fascinación global por ese pequeño y remoto país. No es fácil robarle portadas a la peor pandemia del siglo.

La reaparición del líder en una planta de piensos persevera en la pulsión periodística del obituario precipitado. 'The New York Times' publicó la esquela de Kim Il Sung con ocho años de antelación y a Kim Jong-il, el siguiente escalón del linaje, la prensa occidental le mató media docena de veces en accidentes de tráfico, atentados y ataques al corazón. Las resurrecciones son cíclicas en un país son más credo que el Juche. La lista de personalidades que han aparecido tras ser ajusticiadas llenarían una enciclopedia. Ahí caben desde altos cargos del Ejército y el partido hasta exnovias del dictador como Hyon Song-wol. Ocurrió en 2013: la prensa japonesa anunció que la cantante había sido ejecutada por protagonizar y compartir videos pornográficos y meses después ya volvía a entonar las musculosas odas propagandísticas.

No escasean los recursos para investigar la caja negra norcoreana, un cuerpo extraño en tiempos de internet y globalización. El gremio de norcoreólogos escudriña con la minuciosidad del entomólogo granulosos planos de satélite para seguir su programa nuclear o fotos lejanas para pontificar sobre la salud de Kim Jong Un, varias agencias de espionaje vuelcan ahí sus esfuerzos y un grupo creciente de publicaciones y think tanks intentan satisfacer la demanda informativa sobre esa corte de los milagros postmoderna.

Reconocen los expertos que las predicciones son tan fiables como una moneda al aire y la CIA admite que Corea del Norte es su mayor y más longevo fracaso. La leyenda del reino ermitaño arranca en 1950 con las tropas norteñas invadiendo el sur y sorprendiendo al mundo. La administración Clinton retrasaba en 1994 la firma de un acuerdo porque sus informantes prometían un inminente colapso del régimen. De las grandes hambrunas de principios de los noventa se supo mucho más tarde. El mundo sólo conoció la muerte de Kim Jong-il cuando la anunció dos días más tarde la televisión nacional. Seúl apostó por el hermano equivocado en la pugna sucesoria y de Kim Jong-un apenas se pudieron pergeñar perfiles con retales cuando relevó a su padre. Son cíclicas las preguntas en Corea del Sur si merece la pena mantener un costosísimo NIS (los servicios de inteligencia) tan inclinado al fracaso.

AISLAMIENTO EN TIEMPOS DIGITALES

La proliferación de móviles chinos entre la población nos han permitido en los últimos años conocer con detalle la vida diaria en Corea del Norte. Sobre la vida palaciega o las decisiones de la cúpula, sin embargo, seguimos tan a oscuras como décadas atrás.

“Las fuentes en el interior son fiables en temas económicos porque están cerca de los mercados, pero no sobre política. Seguramente han escuchado rumores y los han agravado. Los que están dispuestos a hablar con medios extranjeros son contrarios al Gobierno y eso implica ya un sesgo”, señala Ramón Pacheco, profesor de Relaciones Internacionales del King College y experto en Corea del Norte. Ni siquiera los embajadores, mandamases militares y otros altos cargos huidos en los últimos años han aportado información valiosa sobre el núcleo de poder.

Las escasas y gaseosas fuentes no son el único problema. No es raro que el NIS, la derecha surcoreana y sus medios afines exageren los desmanes norcoreanos para hundir la estrategia de apaciguamiento del Partido Democrático. La competencia mediática, además, explica que la urgencia sobrevuele al rigor. Y la recepción acrítica de todo lo que llega del reino de los prodigios confunde lo verosímil y lo veraz: tanto da la obligación de copiar el peinado del líder que el tío de Kim Jong-un lanzado a un centenar de perros rabiosos por traición. La última noticia surgió en una web humorística y fue rebotada por un medio serio antes de saltar a las agencias internacionales. Aunque Pyongyang no dispone de teléfono directo o gabinete de prensa disponible, algunas briznas de escepticismo no sobrarían.