Desde el prisma israelí, Nizar Rayan, el clérigo incendiario de Hamás asesinado el jueves por un misil israelí junto a sus cuatro esposas y 11 de sus hijos, era un villano o simplemente un terrorista. Abogaba por reanudar las misiones suicidas como la que en 2001 llevó a cabo uno de sus hijos matando a dos colonos judíos en la franja. Y había sido uno de los propulsores de la estrategia de emplazar civiles como escudos humanos en los tejados de las casas para disuadir de su destrucción a los cazabombarderos israelís.

Pero el viernes miles de personas acudieron al campo de refugiados de Yabalia para despedirle en su funeral. No como a un terrorista, sino como a un ciudadano respetable. "Era un hombre cercano al pueblo, como casi todos los dirigentes de Hamás", dice un vecino. Profesor en la Universidad Islámica, Nizar solía mediar en las disputas entre familias o facciones, redistribuía dinero y ropa entre los pobres y, durante las incursiones militares israelís, llevaba comida a los milicianos.

Vivía también modestamente, como cualquier refugiado, según sus vecinos, sin los privilegios ni los monopolios económicos acaparados por los capitostes de Al Fatá. Incluso se negó a pasar a la clandestinidad desde el inicio de la ofensiva. "Con su muerte ha dado un ejemplo. Quiso quedarse para sufrir al lado de la gente. Este es el tipo de cosas que hacen que Hamás esté ganando mucha popularidad con esta ofensiva", dice otro vecino.

La historia de Nizar Rayan sirve para ilustrar el enraizamiento de los islamistas en la sociedad en Gaza. Allí no son un grupo terrorista sino un movimiento de resistencia contra la ocupación israelí, que este año cumplirá 42 años desde su inicio. Desde su nacimiento en 1988 Hamás ha pasado de ser una milicia secreta a dirigir el Gobierno de la franja tras su victoria electoral, con más del 65% de los votos, en enero del 2006.

En Gaza casi nadie les culpa por no renovar la tregua. En los primeros cinco meses apenas lanzaron un proyectil, pero sin recompensa. En vez de abrir poco a poco las fronteras, como estipulaba el acuerdo, Israel las cerró todavía más, afectando incluso a la ayuda humanitaria de la ONU, de la que depende el 80% de la población. "¿En qué otro lugar padece la ONU un embargo? ¿Dónde se somete la ayuda humanitaria a tan severas restricciones?", se preguntaba el director del organismo de la ONU para la ayuda a los refugiados, John Ging. Pero el bloqueo no es nuevo. Nada más tomar los islamistas posesión del Gobierno, la comunidad internacional cortaba los fondos a la Autoridad Palestina e Israel dejaba de transferirle los impuestos de aduanas. Desde entonces todo ha sido un camino minado, pese a sus esfuerzos de presentarse como un movimiento pragmático. Más de una vez ha repetido su oferta de una tregua con Israel de 30 a 50 años, pero solo ha recibido portazos.

Fronteras selladas

En junio del 2007, Hamás salió airoso de la guerra civil oficiosa contra Al Fatá instigada por EEUU, según una investigación basada en documentos confidenciales de la revista estadounidense Vanity Fair . La respuesta de Israel fue declarar a Gaza "entidad enemiga" y sellar las fronteras. De los 3.500 productos que entraban en la franja, quedaron 19. En estas circunstancias, poco ha podido hacer Hamás para mejorar la vida de la gente. Su gran éxito es el aumento de la seguridad.