"Este es el comienzo de un viaje, y el final del viaje es la independencia de Escocia". Lo dijo puño en alto, en 1997, Alex Salmond, cuando los escoceses se dotaron en referendo de una autonomía limitada. Han pasado 10 años y Salmond, la cara más visible y popular del nacionalismo, sigue viajando, con rumbo fijo y viento en las velas. Ahora el horizonte se vislumbra algo más cercano.

En pocos días, Salmond atravesará la puerta del número 6 de la elegante Charlotte Square, que en los próximos cuatro años será su residencia oficial, convertido en el primer jefe de Gobierno escocés abiertamente separatista. Y eso no hubiera sido posible sin la profunda transformación experimentada por el SNP bajo su liderazgo.

De ser un partido de activistas antimonárquicos que agitaban la bandera de la obligatoriedad del gaélico en las escuelas, el SNP se ha convertido en un partido creíble, con potencial de gobierno, que se ha ganado la confianza de la banca y los empresarios, además de la de los electores. La palabra independencia podrá despertar temores, pero ya ha dejado de provocar sonrisas de condescendencia, como hace unos años.

Político nato, brillante orador y vehemente, Alexander Anderson Salmond, nacido en Linlithgow hace 52 años y graduado en Económicas e Historia en la prestigiosa Universidad de Saint Andrews, es un hombre orgulloso de sus raíces frente a otros dirigentes del mismo origen, como el propio ministro Gordon Brown, quien, si no fuera porque su acento de Glasgow le delata, trata de parecer lo menos escocés posible. Por eso, a Salmond le gusta decir que él y su partido representan "los valores y las aspiraciones de la corriente principal en Escocia".

Salmond, que se afilió al SNP en sus años de estudiante, fue miembro destacado de la organización socialista republicana Grupo de los 79 y, como otros de sus integrantes, fue expulsado provisionalmente del partido al prohibirse esa facción. A su regreso al SNP, inició una meteórica carrera que le llevó a la dirección en 1990.

Contra la guerra de Irak

Tras la victoria laborista en 1997, Salmond se erigió en firme abogado de la devolution , el traspaso de competencias al Parlamento escocés, entendiendo la autonomía como un paso intermedio hacia la independencia. Solo el 25% de los escoceses votaron contra la devolution y Salmond se apuntó un gran triunfo sobre el ala más dura de su partido.

Cuando Salmond aterrizó en el Parlamento de Westminster, en 1987, los nacionalistas eran muy pocos. Fue gracias a su combatividad que adquirieron notoriedad. Sus últimos años como jefe del grupo parlamentario del SNP también han dado de qué hablar. Firme opositor a la guerra de Irak, llegó a llamar mentiroso a Tony Blair.

Conservador en temas como la homosexualidad y el aborto, Salmond cree en planteamientos sociales igualitarios, en los que debe intervenir el Gobierno. No se considera monárquico, pero su proyecto prevé una Escocia independiente "económica y políticamente" bajo el reinado de Isabel II.