El balneario egipcio de Sharm el Sheij ya no será nunca más la ciudad de la paz, apelativo merecido por la costumbre del presidente egipcio, Hosni Mubarak, de organizar allí cumbres internacionales, sobre todo relacionadas con la búsqueda de soluciones al conflicto entre palestinos e israelís. Tampoco será más Las Vegas del Sinaí, sobrenombre que se ha ganado a pulso por ser, más que una ciudad, un gran complejo de hoteles de lujo, casinos, playas ideales para el submarinismo y construcciones de feísmo kitsch pensadas para disfrute de turistas en pleno desierto. Desde ayer, Sharm el Sheij es la ciudad de la muerte, la ciudad del horror, la ciudad del dolor, para las 90 víctimas mortales y 200 heridos de la segunda mayor masacre terrorista de la historia de Egipto.

"No lo entiendo. Esto no lo pueden haber hecho egipcios. Los egipcios amamos Egipto", pensaba en voz alta ayer frente a su joyería destrozada en el mercado antiguo Hadj Said. Poco después de la 1.00 de la madrugada, un coche cargado de explosivos estalló en mitad de la calle. A la izquierda, había cafeterías donde extranjeros y egipcios fumaban pipas de agua y buscaban un poco de aire fresco nocturno en este caluroso mes de julio. A la derecha, un centro comercial de tiendas de ropa, recuerdos de Sharm el Sheij y joyerías, con algunos locales todavía abiertos a causa de la presencia de turistas. El resultado fue de al menos 17 muertos, todos ellos egipcios.

Minutos después, a cuatro kilómetros de distancia, un suicida mató al guardia de seguridad del hotel de lujo Ghazala Garden --un complejo de jardines exóticos y piscinas con 176 habitaciones-- y empotró su vehículo cargado de explosivos en la recepción. Gran parte del edificio cayó como un castillo de naipes. La mayoría de las víctimas se encontraban en este hotel, y perecieron enterradas por una avalancha de piedras, cristales, cemento y ruinas. Nadie sabe aún cuánta gente murió en los jardines del Ghazala. La policía egipcia aún buscaba ayer víctimas y, cada vez con menos esperanzas, supervivientes entre la montaña de restos de lo que fue el hotel.

Parada de taxis

Inmediatamente, casi al mismo momento, otra explosión sacudió un párking cercano al Hotel Movenpick, en la misma zona que el Ghazala Garden. Al menos seis turistas murieron en la zona, estrictamente turística, y parada habitual de taxis y de pequeñas furgonetas que hacen la función de autobuses.

Y, entonces, Sharm al Sheij calló. Aguantó la respiración por unos segundos. Y se sumió en el pánico, un caos de humo, fuego, sangre, cristales, ruinas, sirenas, policía, ambulancias, gritos y llanto. Desolación, en definitiva, y terror, que todavía ayer flotaba en el ambiente.

"La gente corría en todas las direcciones, sin saber hacia dónde iba", describe el turista italiano Fabio Basone, testigo del atentado en el Hotel Ghazala. "Había gente sangrando, y cadáveres por el suelo. Fue horrible", solloza el holandés Rene von Denberg al recordar los hechos. "Estaba sentada con mi marido en el bar del hotel cuando hubo una gran explosión que nos hizo caer al suelo. Los cristales de las habitaciones se rompieron. Todo estalló en pedazos", rememora Helga, también holandesa, que se encontraba en el Hotel Iberotel Palace, situado a un centenar de metros de la explosión en el mercado antiguo.

Ayer por la tarde, George, propietario de una tienda de souvenirs en el centro comercial del mercado antiguo, estaba sentado, con la mirada perdida, en la puerta de su tienda. Junto a él, junto a casi todas las tiendas del complejo, se levantaban varios montones de cristales. "En el momento de la explosión, había muchos trabajadores egipcios que habían cerrado sus bazares y estaban relajándose antes de ir a dormir o comiendo algo", explica George.

Cráter enorme

Cerca de su tienda, un enorme cráter señala el lugar donde estalló el coche bomba. Junto al agujero, coches y furgonetas carbonizados, algunos de ellos taxis en los que nadie sabe decir si viajaba gente.

El centro comercial, normalmente atestado de turistas, estaba ayer vacío de compradores. Los propietarios de las tiendas intentaban calcular los daños --"Muchas joyas se han roto o se han perdido entre los cristales", se lamentaba el joyero Hadj-- y vaciaban sus tiendas. "En dos o tres semanas esperamos abrir de nuevo. La vida sigue adelante", añadió Hadj con resignación.

Muchos ayer en Sharm al Sheij citaban el atentado de Luxor, donde 58 turistas fueron asesinados en 1997. "Y el turismo se recuperó", decía con esperanza el taxista Ahmed. Nadie duda de que este atentado es, políticamente, un duro golpe al presidente Mubarak, tanto por la fecha elegida --el Día Nacional de Egipto, que conmemora el aniversario de la revolución de los jóvenes oficiales-- como por atentar contra el turismo, que representa el 10% del producto interior bruto (PIB) del país y es la única razón de ser de Sharm al Sheij, el ojito derecho del presidente egipcio.

Pocos extranjeros paseaban ayer por la tarde por las calles de la ciudad. Muchos hicieron como el esloveno Gregor Koscak, que llegó el sábado y estaba buscando un avión para volver a casa lo antes posible. "Es una pena --decía, moviendo la cabeza, la holandesa Helga--. Los egipcios son encantadores. No se merecen esto. ¡Los europeos tenemos tanto que aprender de ellos!". Helga era otra de las turistas que tenía previsto coger hoy el avión de regreso a su Holanda natal.