De los 2.836 soldados estadounidenses muertos en Irak, tres eran vecinos de Highland, un apacible pueblo en la ribera del Hudson. Un rincón de EEUU con casas pintadas de blanco, con estandartes en las fachadas. Cuando Michael Oremus, de 21 años, fue abatido por un francotirador, el 2 de octubre en Bagdad, "fue un auténtico mazazo", dice Cos Trapani, miembro de la American Legion, una asociación de veteranos de guerra.

"Para un pueblo tan pequeño, un tercer joven muerto en Irak es un saldo terrible". "Cuando el primer chico murió, en los primeros días de la guerra, pensamos que era una fatalidad. En el año 2003 esa guerra era en general muy apoyada en el pueblo, pues la gente es muy patriótica", suspira Craig McKinney, pilar del pequeño diario local que todos llaman Scoop . "Luego hubo otro, y luego otro, y ahora, cuando supe la noticia, ¡no pude evitar insultar a ese tonto del culo de Bush! Muchos pensaron como yo, pero no todos, ni de lejos".

Eug¨ne Williams, de 24 años, fue el primero en morir, víctima de un atentado suicida con coche bomba cerca de Nayaf, el 29 de marzo del 2003. Asfixiado por un proyectil que se alojó en su garganta. "Eug¨ne se enroló porque su familia no tenía dinero para la universidad y el Ejército se ofreció a pagarle los estudios", recuerda Madeline Nabiola, exdirectora adjunta de la escuela de Highland.

El segundo, Doron Chan, de 20 años, se incorporó al Ejército por la misma razón. Murió el 18 de marzo del 2004 en Balad, aplastado bajo la torreta de su vehículo blindado en un accidente. Era el único hijo de una pareja de origen chino que desde entonces cerró su restaurante. No recibieron más que una pequeña parte de las primas que ofrece el Ejército por los soldados muertos, pues, según el Pentágono, Chan no es de categoría KIA: muerto en combate Killed in action , en inglés. "En la escuela, Doron era un apasionado de la batería", recuerda el periodista Craig McKinney. Al parecer, fue su profesor de música, un reservista, quien lo convenció de enrolarse.

Los rostros en Highland son de consternación, pero el Ejército sigue su campaña de reclutamiento en la escuela. "Los reclutadores instalan una mesa cerca de la cafetería e interpelan a los jóvenes a la hora de la comida. De promedio vienen una vez cada mes. Tienen acceso, y es legal, a todos los archivos escolares. Después se dedican a llamar sin descanso a los muchachos", lamenta Nabiola.

Un buen soborno

"Cuando firman por cuatro años, no se dan cuenta de que tendrán que matar y arriesgar sus vidas. Los reclutadores les ofrecen una prima de decenas de miles de dólares, les dicen que el Ejército les pagará la universidad, el seguro de salud, etcétera. Muchos ceden a la tentación", dice Trapani. Sobre una población de poco más de 6.000 habitantes, al menos siete jóvenes prestan servicio en Irak. Su regreso puede ser problemático, advierte McKinney.

"Todos hemos perdido una parte de nosotros mismos", dice Michael Blake, de 23 años. Estuvo en Irak del 2003 al 2004, en Balad, en la división de Doron Chan. "Más de la mitad de los veteranos de Irak que he conocido se han convertido en alcohólicos o drogadictos". El mismo sufre de "síndrome de estrés postraumático", un diagnóstico por el que el Gobierno le paga cada mes 325 dólares (255 euros). El precio de su pesadilla.

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