Si me gritan por la calle, ey, Juan Pablo, no me doy vuelta: sigo de largo. Primero fue así por una cuestión de seguridad. Y hoy, ¿sabes por qué? Ya me he olvidado de ese nombre". Sebastián Marroquín Santos bebe un sorbo de coca cola light y luego se seca las gotas de sudor que le caen de la frente. Hace un calor de perros en Buenos Aires. Y bajo los efectos flagelantes del verano, Sebastián, quien alguna vez ha sido Juan Pablo Escobar y nunca dejará de ser el hijo de Pablo Escobar Gaviria, habla de todo lo que le pesa ese linaje. Escobar Gavirira fue enemigo público número uno del Estado colombiano hasta su muerte, en diciembre de 1993. La figura del narco populista abatido por la policía ha saltado de los expedientes judiciales a la leyenda y al espectáculo: sobre una de las paredes del Museo de Antioquía cuelga un cuadro de Fernando Botero, de 1999, en el que se estetiza el momento de su caída sobre un tejado. Pero cuando se trata de abordar las razones que contribuyeron a su encumbramiento, Escobar Gaviria sigue siendo una herida sin cerrar. "El país está inmaduro para debatir sin que salgan los odios", dice Marroquín. Para tratar de imaginar otro futuro, puso su voz y su imagen en el documental que lo erige como protagonista: Pecados de mi padre .

"Tengo que hacer exactamente lo opuesto a lo que él hizo", dice, al comenzar la película de Nicolás Entel. El director argentino lo convenció para que contara la historia de aquel zar de la droga desde el punto de vista de quien llevaba su apellido. Miles de personas ya la han visto en Colombia, y no han permanecido indiferentes. "Soy consciente del daño que mi padre con sus actos le ocasionó al país y a la humanidad", admite el hombre que desde hace 16 años se llama Marroquín. Alguien que "casi siempre" se ve obligado a esconder su árbol genealógico. "Si se establece un vínculo con la persona, pongo las cartas sobre la mesa. Cuando hay relación, nunca gana el prejuicio. Pero siempre hay que remar contra la corriente. La discriminación es como una prenda que visto a diario. No tengo derecho ni siquiera a enojarme, no vaya a pensarse que soy una versión 2.0 de Pablo Escobar".

El documental es, en ese sentido, algo más que una forma de expiación. Pecados narra a su vez los intentos de Sebastián por contactar a familiares de las dos víctimas emblemáticas de su padre, para tratar, juntos, de reelaborar las claves de un desgarramiento personal y, a la vez, nacional. "Somos una cultura machista y vengativa en la que las culpas se heredan. Y eso no resuelve nada. Si no somos capaces de perdonar nunca llegará la paz ni la justicia. Nos mantendremos atados al pasado", dice Marroquín sobre lo que hizo. De pronto ve que su vaso está a punto de vaciarse.

Cuando, en la adolescencia, aún era Juan Pablo, Sebastián asegura haber discutido mucho con su padre. "Lo criticaba, sí. Y si bien para pelear se necesitan dos, yo no aceptaba sus razones". Hay un testimonio de esas diferencias. Al entregarse por primera vez a la policía, Escobar Gaviria se refirió públicamente a su hija bailarina y a su "hijo pacifista". Claro que, al enterarse de su muerte Marroquín proclamó, en un rapto de ira, su deseo de matar. La jura, de la que se arrepintió de inmediato, le costó el exilio. Primero, una delirante escala en Mozambique. Luego, Argentina. "Me sobraban excusas para la violencia. Pero elegí ser un hombre de bien y no entrar en el juego".

Su vida en Buenos Aires --y la de su madre y hermana-- transcurrió en el más completo anonimato, aunque con algunos sobresaltos e intentos de extorsión. En Argentina cursó dos carreras universitarias: diseño industrial y arquitectura. El otro secreto fue la lenta realización de este documental con escenas estremecedoras, como el momento en que Marroquín Santos /Escobar se abraza con el actual senador Rodrigo Lara Restrepo, hijo del extinto ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla. El valor simbólico de ese encuentro en las afueras de Buenos Aires es enorme. Un cuarto de siglo atrás, Rodrigo tenía ocho años. Ese 30 de abril de 1984 abrió la puerta de la casa y encontró a su padre agonizando. "Finalmente, todos somos huérfanos", dice Marroquín sobre lo sufrido. Ante lo que Lara contesta: "El pasado es duro. Pero lo importante es que usted es un hombre bueno, un hombre de paz. Yo soy un hombre bueno, un hombre de paz. Eso es, pal´ante hermano".