Alaa estaba realizando el servicio militar cuando todo empezó, hace ocho años. Siria, su país, se empezaba a llenar de pintadas en las paredes que anunciaban que Bashar el Asad era el siguiente, que su futuro sería el mismo que el de Hosni Mubarak en Egipto y Ben Alí en Túnez, derrocados en una ola de manifestaciones que amenazabacon acabar con todo lo que se le pusiese por delante. A las pintadas les siguieron las manifestaciones y la represión. «La tensión era insoportable. Los soldados nos vigilaban todo el día [a los que hacíamos el servicio militar]. No había un solo momento de descanso. Veía cómo capturaban a inocentes para luego torturarlos y matarlos porque sí», explica Alaa, ahora en Estambul.

Alaa es hoy uno entre seis millones y medio. Antes de que todo pasase, Siria tenía 22 millones de habitantes. Seis millones y medio han escapado de sus fronteras; otros seis, han tenido que desplazarse dentro del país para huir del horror. De las milicias armadas y los aviones rusos, los grupos armados y los bombardeos. De los RPGs y los coches bomba. De la guerra.

De revuelta a guerra civil

Según las estimaciones, 223.161 civiles sirios han muerto desde marzo del 2011. Pero esta cifra solo suma a los muertos identificados. Los desaparecidos se cuentan por varios cientos de miles. El 90%, dice el Observatorio Sirio por los Derechos Humanos (OSDH), han muerto a manos del régimen de Bashar el Asad y de sus aliados, las milicias enviadas y pagadas por Irán, y Rusia, Es Putin y no Asad quien hace y deshace al oeste del país.

Pero volvamos al principio. Las primeras revueltas, a medida que se hacían masivas, eran reprimidas con más celeridad por Damasco. Militares se negaban a participar en las acciones del Ejército y, muchos, vaciando los arsenales del Gobierno, desertaban a facciones rebeldes. Así se creó, como coalición de milicias opositoras, el Ejército Libre Sirio (ELS).

Alaa se unió a una de ellas. En la primavera del 2011, la revolución se convirtió en guerra. Faltó poco para que acabase con el presidente sirio: durante los tres primeros años de conflicto, los rebeldes rodearon Damasco, que cada día estaba más cerca de caer.

Pero en el 2014, Putin salió al rescate de Asad. Aprovechando el caos en la región, Abu Bakr al Bagdadi, en Mosul, proclamó ante el mundo el Estado Islámico de Irak y Siria (EI). Gente de todo el planeta -salafistas y conversos radicalizados- volaban a Siria para morir por la yihad y el califato autoproclamado. Sin embargo, su sueño, ahora, con Estado Islámico a punto de caer territorialmente, se ha cnvertido en una pesadilla.

Gracias al apoyo de Rusia e Irán, Bashar el Asad consiguió salvar su cargo, posiblemente su vida y, sobre todo, coinciden todos los analistas, ganó la guerra.

Aunque aún haya combates y facciones opositoras luchando en Siria, ninguna le puede ya hacer sombra al presidente sirio. A Asad, le pese a quien le pese, le quedan años de gobierno por delante.