"Yo nunca traté a mi perrita como me trataron a mí", dijo Ingrid Betancourt sobre lo que ahora son sus recuerdos espeluznantes de la selva. Allí, de noche, las FARC le quitaban las botas, por temor a que se fugara. En esas noches sin sosiego, aprendió a dormir encadenada. Durante tres años, lo estuvo las 24 horas. "Las cadenas me hacían sentir miserable".

Esa sujeción encerraba una forma de castigo con su gradación, de menor a mayor. A veces le apretaban el grillete y acababa "con las clavículas peladas por el roce de la cadena". Un gesto "piadoso" del guerrillero a su cargo podía significar un "alivio" que nunca dejaba de ser humillante. "Al final logré negociar que me pusieran la cadena en el pie porque no podía dormir".

Betancourt hizo catarsis frente a los micrófonos del mundo. Y, más allá de sus definiciones de coyuntura, intentó pensar en voz alta sobre la naturaleza del cautiverio. El hombre, dijo, es capaz de hacer cosas horrorosas. "Veía tanta maldad en ciertas miradas. Vi muchos niños, muchachitos menores que mis niños, tan crueles, tan cínicos. Por eso tenemos que tratar de no convertirnos en esos animales que se comen unos a otros".

La rehén se resignó en un momento a aceptar la inevitabilidad de la muerte. Estuvo dos semanas sin comer por la depresión. "Si no come, se muere y la enterramos", decía la guerrilla, según el cabo William Pérez, otro de los secuestrados, que hizo muchas veces de enfermero. Ingrid pensó en suicidarse. "Me retuvo a diario la voz de mi mamá por la radio".

"No quiero hablar de eso"

Ha hablado de los desvaríos cotidianos (cómo bañarse y hacer las necesidades fisiológicas, cómo soportar picaduras de bichos parecidos a los escorpiones) y de cuestiones existenciales. Pero sabe que el recuento de las "experiencias dolorosas" sería interminable y no cerrará las heridas. Por eso ha tomado una decisión. "Cuando me di cuenta de que estaba libre y miré por la ventanilla hacia abajo, le juré a Dios que esas cosas se quedaban en esa selva. Yo no quiero hablar de eso. Este es un momento de felicidad; lo que se vivió allá se enterró allá".

En Colombia no cesa la sorpresa por el tono de sus elogios de Betancourt al presidente Uribe. "Fue muy audaz. Lo admiro por eso. Tomar la decisión de hacer esa operación era muy arriesgado; se jugó su prestigio como gobernante". Algunos ven posible que entre en el Gobierno. Otros la ven como candidata a presidenta. Muy pronto para tantas conjeturas y frivolidades.