Pese a la disminución de la violencia desde la captura de Sadam Husein, el atentado de ayer confirma la continuidad de las actividades de los nostálgicos del déspota y de los grupos afines a Al Qaeda, mientras crecen la inquietud y la incertidumbre en los frentes político y diplomático. Afloran con munición retórica los antagonismos entre el grupo suní vinculado con la tiranía, la mayoría shií y la minoría kurda tentada por el secesionismo, cuando resulta incuestionable que la reconstrucción exige que los intereses del país prevalezcan sobre los de sus comunidades. Si la ocupación se prolonga, y sobre todo si Washington impone su dictado sobre una asamblea no elegida, la hostilidad podría extenderse por la comunidad shií, que hasta ahora antepuso el pragmatismo a la militancia.

El procónsul Paul Bremer se encuentra en Washington y buscará nuevos apoyos en la ONU, pero la evolución sobre el terreno dependerá de los avances de la intendencia y de un acuerdo generoso y sagaz para la transmisión del poder civil a los iraquís.

*Periodista e historiador.