En los últimos meses el mundo ha vivido con la respiración contenida por el temor a que un error de cálculo pudiera desatar una guerra entre los últimos archienemigos con armas nucleares de la guerra fría. Nada bueno aventuraba que en el trono de ambos países se sentaran hombres peligrosamente parecidos, impetuosos y proclives al insulto, siempre listos para sacar músculo y amenazar al rival con la aniquilación total. De ahí que muy pocos esperaran el malabarismo diplomático cocinado por Corea del Sur y aceptado por las dos partes. La Casa Blanca confirmó el jueves que Donald Trump ha aceptado la invitación del líder norcoreano Kim Jung-un para reunirse personalmente y entablar negociaciones. La oferta contempla negociar sobre la desnuclearización de Corea del Norte a cambio de garantías sobre su seguridad.

No es la primera vez que se plantean términos semejantes, pero sí lo sería que se sienten en una misma mesa los presidentes en activo de ambos países. Entre tanto, el régimen de Pionyang se ha comprometido a congelar sus pruebas nucleares y sus ensayos con misiles balísticos, según anunció el gobierno surcoreano y confirmó más tarde la Casa Blanca. Y tampoco se opondrá a las maniobras militares conjuntas que ambos países celebrarán en primavera en la península coreana. «Kim Jong-un habló de la desnuclearización con los representantes surcoreanos, no solo de una congelación», escribió Trump en las redes sociales poco después de conocerse la noticia. «Se están haciendo grandes progresos, pero las sanciones se mantendrán hasta que se alcance un acuerdo. La reunión se está preparando». Todavía no se ha fijado una fecha, pero se habla de que podría producirse a finales de mayo.

La oportunidad ha sido bien recibida en Washington, aunque el escepticismo abunda, dados los reiterados fracasos de las negociaciones que ambos países han mantenido de forma intermitente desde los años noventa. La dinastía Kim las utilizó, desde el punto de vista estadounidense, para aliviar la presión y obtener concesiones, balones de oxígeno que acabó utilizando para desarrollar en secreto su programa de armas nucleares. Nadie niega que esta vez podría suceder lo mismo. Las últimas sanciones, impuestas el año pasado como castigo a los tres ensayos con misiles intercontinentales balísticos y la detonación controlada una bomba termonuclear, podrían recortar en un tercio el comercio norcoreano, según los expertos.

Para Trump es un golpe diplomático importante, una percepción reforzada por las palabras del asesor de seguridad surcoreano, Chung Eui-yong, quien parece haber entendido bien el poder de seducción que el halago ejerce sobre el magnate. «Le he explicado al presidente que su liderazgo y su política de máxima presión, unida a la solidaridad internacional, nos han llevado hasta aquí». En esta historia, Chung ha ejercido de correo diplomático. A principios de esta semana viajó a Pionyang para negociar la oferta norcoreana y el jueves se sentó con Trump para transmitírsela en la Casa Blanca. Tanto Pekín como Seúl apoyan el diálogo, que empezó a tomar forma con los gestos de acercamiento de las dos Coreas en las recientes Olimpiadas de invierno.

DECISIÓN IMPROVISADA / En Washington muy pocos esperaban un desenlace semejante. Ni siquiera en el Departamento de Estado porque, una vez más, parece que Trump actuó de forma improvisada y sin coordinar la decisión con sus diplomáticos. «Es una decisión que el presidente tomó por sí mismo», dijo el secretario de Estado, Rex Tillerson. Hace solo unos meses, Trump afirmó que negociar con Corea del Norte sería «una pérdida de tiempo».

Hay prisa para formar un equipo capaz para afrontar las negociaciones. No será fácil porque el diplomático al frente del portafolio norcoreano se jubiló la semana pasada y el puesto de embajador en Seúl sigue vacante. Hay quién se pregunta si Trump no se dispone a regalarle a Kim la foto de un líder rehabilitado negociando de igual a igual con la primera potencia mundial. Por el momento, la Casa Blanca insiste en que «no se hará ni una concesión» mientras duren las negociaciones. «Por primera vez, un líder de EE UU negociará con Corea del Norte desde una posición de fuerza», afirmó la portavoz, Sarah Huckabee. Nada dijo de qué podría ofrecer su país a cambio de la pretendida desnuclearización norcoreana, una perspectiva más que optimista, teniendo en cuenta que Kim es muy consciente de lo que le pasó a Gadaffi y a Saddam cuando renunciaron a sus programas nucleares. Opciones, técnicamente, tienen. Desde una normalización de relaciones con incentivos económicos y la cancelación de las maniobras militares con Corea del Sur y Japón, a la retirada permanente de las tropas que EE UU mantiene en ambos países desde comienzos de la guerra fría. 50.000 militares en Japón y casi 30.000 en Corea del Sur.