Apelan a los desheredados del país. Ven al establishment político como el enemigo. Visten sus mensajes con una retórica populista. Y no solo tienen a los seguidores más fieles, sino que han convertido su ideario en auténticos movimientos políticos. El republicano Donald Trump y el demócrata Bernie Sanders protagonizaron el último día de campaña en New Hampshire, el estado donde este martes se dirime la segunda cita de las primarias para escoger al candidato demócrata a la Casa Blanca.

Separados por 60 kilómetros de distancia y un insalvable océano ideológico, ambos celebraron los mítines más multitudinarios de la campaña que ahora termina en el estado. Trump reunió a 7.000 seguidores en Manchester; Sanders, a 7.500 en Durham. Pero como era de esperar, el tono y el envoltorio no pudo ser más diferente.

Nadie había invitado a Trump a la fiesta de sus rivales, pero él mismo decidió hacerlo para "perturbar un poco a los demócratas" y de paso robarles algo de protagonismo. Era su primer mitin tras ser absuelto en el ‘impeachment’, la mayor victoria política de su presidencia, y su gente respondió sin pestañear. Sus primeros seguidores tomaron posiciones en la fila 36 horas antes de que comenzara el mitin, rodeados de nieve y a temperaturas heladas. "Yo soy demasiado vieja para esa mierda", decía Jamie Angeloni, una mujer de 58 años tras conducir dos horas desde Connecticut y pagar 260 dólares por un motel que en circunstancias normales cuesta menos de 100.

DE OBAMA A TRUMP

"El impeachment ha sido una farsa, pero los demócratas nunca se recuperarán. Hay que meterlos en la cárcel por lo que han hecho. 2020 será el año de la justicia”, añade tras explicar que hace ocho años votó por Barack Obama. De aquellos pastos, no queda nada. Habla con adoración de Trump, de sus "promesas cumplidas" o de cómo "los medios corruptos han ido a por él desde el principio". Esa misma idea ocupa una pancarta gigantesca en una de las calles cortadas junto al pabellón del mitin: El Gobierno y los medios están dirigidos por el crimen organizado. Varios centenares de personas han tenido que quedarse fuera porque dentro no cabe un alfiler, pero siguen los discursos a través de una pantalla gigante.

Hablan los teloneros. El vicepresidente Mike Pence y varios miembros de la familia Trump. "Bajo su presidencia este nunca será un país socialista", dice Kimberly Guilfoyle, la novia de su hijo Donald Junior. Ese está siendo ya uno de los argumentos de su campaña, por más que todavía no haya empezado oficialmente, el espantajo para asustar a esa parte del país que no acaba de distinguir entre los gulags de Stalin y la socialdemocracia europea, la misma que abanderan Sanders y la nueva hornada de congresistas que le apoyan y han hecho bascular al partido hacia la izquierda. "No me gusta el socialismo", dice Brad Ward un fontanero de un pueblo de New Hampshire. "Cuando lo oigo, me recuerda a la segunda guerra mundial y a Venezuela", añade.

A solo una hora de allí, hay otro pabellón lleno de socialistas. O por lo menos de simpatizantes de Sanders dispuestos a darle una oportunidad a la sanidad universal, las universidades gratuitas y la transformación energética para combatir el cambio climático. El "cuento chino" de Trump. La sensación de momento crítico es muy semejante, solo que las tornas están invertidas. “Trump es el neofascismo”, clama el intelectual afroamericano Cornel West, uno de los teloneros del senador de Vermont. “El futuro de nuestra democracia está en juego”, añade.

LA ESTRELLA DE LA IZQUIERDA

West habla de justicia, de derechos humanos, del reverendo King. Ametralla palabras que enardecen a la parroquia, antes de que el estadio se venga abajo con la congresista Alexandria Ocasio-Cortez, la nueva estrella de la izquierda estadounidense. Tiene voz aguda de soprano y es diminuta, tan joven como la mayoría del público que llena las gradas. Les dice que Sanders lleva defendiendo las mismas ideas toda su vida, mucho antes de que fueran populares o convenientes políticamente. Habla de los trabajadores, de los derechos de los indios, de los inmigrantes, los transexuales, de Palestina. “Tendrá que ser un movimiento el que derrote a Trump, un movimiento que rechace el odio y abrace el amor”, dice la congresista latina antes de presentar al candidato.

Suena ‘Power to the People”. Hermanos y hermanas, arranca Sanders. Es su discurso de siempre, una radiografía cruda de los grandes problemas socioeconómicos del país, acompañada de grandes soluciones sin letra pequeña y envueltas en un paraguas inclusivo. Solo quebrado en sus alusiones al establishment y en su retahíla de piropos a Trump: “mentiroso patológico”, “racista”, “bully”, “sexista”, “xenófobo”…

Como en el mitin del presidente, sudan las paredes. Y como traca final, concierto de The Strokes, otra de los grupos de música que se ha puesto al servicio de Sanders. Enloquece el personal. Para abrir ‘Burning Down the House’, la versión de los Talking Heads. Algo así como ‘Incendiar la casa’, una metáfora apropiada para el cambio que reclaman Sanders y su armada de seguidores.