Entre serpenteantes carreteras de cerradas curvas; entre coquetos pueblecitos de casas unifamiliares de una planta, recién reconstruidos por las autoridades kurdas después de haber sido borrados de la faz de la tierra por la maquinaria destructiva del dictador Sadam Husein; entre afilados picos montañosos que muy pronto se cubrirán de nieve, se va gestando poco a poco, a lo largo de la volátil frontera norte de Irak, un nuevo conflicto armado en Oriente Próximo. El todopoderoso Ejército turco y la guerrilla del Partido de los Trabajadores Kurdos (PKK), que lucha por el reconocimiento de los derechos nacionales del 20% de la población de Turquía, se enfrentan en una peligrosa escalada bélica de atentados y represalias militares que amenaza con arruinar el único rincón del país árabe que gozaba de un cierto grado de estabilidad y prosperidad: el Kurdistán iraquí.

Con cuentagotas, los guerrilleros del PKK han ido causando graves bajas a sus enemigos, incluyendo a 12 soldados muertos y ocho secuestrados el pasado domingo, extremo que el Gobierno de Ankara se vio obligado a admitir ayer. Bajas que provocan la irritación del poder político, el estamento militar y la opinión pública turca y empujan al país vecino a plantearse cada vez con mayor seriedad una ofensiva militar en el norte de Irak. Como posible anticipo, día sí y día también, la artillería turca ha venido bombardeando con proyectiles de 155 milímetros supuestas bases de los separatistas kurdos situadas al otro lado del linde fronterizo iraquí.

"NO SE PUEDE PASAR" "A partir de aquí ya no se puede pasar. Podemos acercarnos pero por poco tiempo, comienza a ser peligroso". Al anochecer, en las montañas que rodean la población fronteriza de Zakho, un peshmerga (guerrillero kurdo) controla el acceso a la parte superior de la población de Sharanish. 63 familias cristianas, huidas de Bagdad por la violencia interreligiosa, resisten los bombardeos. Aquí, la guerra se puede intuir a partir de los testimonios de los locales, que, bajo la mirada escrutadora de un desconfiado funcionario del Partido Democrático del Kurdistán (PDK), --en el poder en el Kurdistán iraquí-- relatan lo que sucede a diario.

"Vinimos aquí en busca de seguridad en el 2004, pero ayer bombardearon durante la mañana y hace tres días fueron aviones los que lanzaron proyectiles". Ameer Nisán, de 49 años, cristiano residente en el barrio de New Bagdad, de la capital iraquí, hace unos dos años engrosó la categoría de desplazados internos provocados por el conflicto iraquí. No se sentía seguro viviendo en un barrio de la capital donde residen principalmente chiís. Pero, de seguir así las cosas, muy pronto volverá a tener que dejar atrás su nuevo hogar. Por el momento, la escalada bélica le está impidiendo que cuide su propiedad agrícola.

"HA CAIDO UN PROYECTIL" "En mis terrenos ha caído un misil, en el del vecino hay cinco", se lamenta Ameer. "Tenemos miedo; pero no nos podemos marchar; no tenemos ya adónde ir", sostiene, en medio de un corrillo de jóvenes y mujeres.

Steven Younah tiene 19 años y habla inglés con acento americano. Parece una perogrullada que mientras estuvo en Bagdad, trabajó codo con codo junto a las tropas estadounidenses, lo que le convierte en un proscrito y un traidor a los ojos de los insurgentes de una y otra confesión, tanto sunís como chiís. "En la última semana nos han bombardeado al menos cinco veces", explica. El potencial desestabilizador de un nuevo conflicto empujó ayer al PKK a proponer una tregua, condicionada, eso sí, al fin de los bombardeos contra territorio iraquí desde Turquía.