El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, sigue presionando a la Unión Europea para poder sacarle cuantas más medidas de ayuda mejor. Después de reunirse el lunes en Bruselas con la plana mayor de la UE -y de asegurar, el martes, que la semana que viene se reunirá con Merkel, Macron y probablemente Johnson-, Erdogan puso ayer encima de la mesa lo que él quiere.

Ya se lo dijo en privado a sus contertulios en sus encuentros: «Turquía mantendrá su frontera abierta para los migrantes que intentan ir hacia Europa hasta que la UE cumpla nuestras expectativas sobre el acuerdo migratorio del 2016», dijo el presidente turco, en un discurso ante su grupo parlamentario.

Ankara pide reeditar ese pacto, actualizarlo y mejorarlo, porque, desde hace años, Erdogan se queja cada vez que puede de que Bruselas nunca cumplió su parte. La UE, con ese pacto, prometió además de la liberalización de visas hacia Schengen para ciudadanos turcos, 6.000 millones de euros a Turquía para proyectos de ayuda a refugiados.

De esos 6.000 millones han llegado la mitad, y la otra está en proceso de licitación y pendiente de ser transferida. Pero el Gobierno turco no solo desea esto: Erdogan quiere que el dinero le llegue a Ankara y que sea ésta, y no la UE, quien decida qué dinero va a dónde.

«Mientras las expectativas de Turquía no sean fehacientemente cumplidas, continuaremos como ahora en nuestras fronteras. Queremos libertad de movimientos, una actualización de nuestro acuerdo comercial y una mejor asistencia financiera», dijo Erdogan. En el mismo discurso, además, aprovechó para atacar a su rival en esta última crisis migratoria: Grecia. «Disparar y lanzar bombas de gas lacrimógeno contra gente inocente es barbárico. Nadie dice nada en Europa contra las autoridades griegas, que roban a los migrantes y cometen crímenes contra la humanidad», añadió Erdogan.

Esta última crisis migratoria, que ha pillado a Europa con el pie cambiado, empezó exactamente hace dos semanas, justo después de que 34 soldados turcos muriesen en un bombardeo del régimen de Bashar el Asad en el norte de Siria, donde, en ese momento, había casi un millón de personas intentando cruzar hacia Turquía.

Tras este suceso, Turquía, que tiene ya cerca de cuatro millones de refugiados, decidió abrir las fronteras con Grecia, que habían estado cerradas -aunque no del todo- desde el 2016. La que ha estado cerrada durante estos días ha sido la de Siria. Erdogan optó por firmar un alto el fuego con Rusia y, por ahora, mitigar una crisis que sigue allí.