La Unión Europea (UE) se enfrenta con el coronavirus a una crisis sanitaria, socioeconómica, política y geoestratégica decisiva. La respuesta de sus 27 miembros y de las instituciones europeas a cada uno de esos retos determinará la vida cotidiana de sus 450 millones de ciudadanos y el papel de la UE en el mundo los años venideros. La fragilidad de sus cimientos ha quedado de manifiesto con la reacción nacionalista inicial de los Veintisiete ante la pandemia, el cierre de fronteras, la falta de solidaridad con Italia, la división sobre cómo financiar la reactivación y las fracturas norte-sur y este-oeste. La división y la falta de solidaridad europeas representan «un peligro mortal para la UE», ha advertido Jacques Delors, el emblemático presidente de la Comisión Europea de 1985 a 1995.

A nivel sanitario, la Comisión Europea ha emprendido las primeras iniciativas de coordinar la compra de suministros y la investigación del virus, pero los Veintisiete siguen compitiendo por separado para obtener mascarillas, equipos y medicinas. Tras la negativa inicial, Italia ha recibido alguna ayuda de sus socios europeos.

Pero la imagen aún vigente es la decisión de Berlín y París de prohibir la exportación de material sanitario y el aterrizaje en Italia de aviones de China y Rusia con personal y equipos sanitarios. El 88% de los italianos cree que la UE no ayuda al país ante la pandemia, según los sondeos, lo que favorece a la ultraderecha euroescéptica.

desigualdades / Los países de la Unión Europea con más fallecidos por el virus -Italia, España y Francia- tienen dificultades para afrontar la epidemia por su drástica reducción de camas hospitalarias de los últimos 30 años. Pese al aumento de la población, desde 1990 Francia ha suprimido 180.000 camas, Italia 218.000 y España 28.000, según Eurostat y los datos franceses.

La epidemia ha hecho aún más evidentes las desigualdades sociales en la UE, con unas tasas de incidencia del virus siete veces superiores en los barrios pobres de las grandes ciudades respecto a las zonas más acomodadas, como reflejan los datos de Barcelona y las ciudades de la periferia en España.

PRECARIEDAD / El confinamiento y la parálisis económica genera suspensiones masivas de empleo y recortará los ingresos de millones de familias en la UE. Todavía está por ver si las medidas adoptadas por los gobiernos serán suficientes para mantener a flote a las familias y a las pequeñas y medianas empresas, dada la elevada precariedad laboral y financiera.

En Francia, pese a las ayudas gubernamentales y el seguro de paro, se estima que los más de 2,2 millones de asalariados afectados por suspensión temporal de empleo perderán 216 euros mensuales. En Italia, el Gobierno ha tenido que movilizar de urgencia 400 millones de euros para vales de comida.

La UE ha suspendido temporalmente la aplicación de las estrictas normas de déficit público del pacto de estabilidad para permitir a los gobiernos afrontar los enormes gastos de los planes de ayuda. El riesgo es que Berlín y sus aliados quieran reinstaurar su aplicación tan pronto como ellos se sientan cómodos, como hicieron en el 2010, cuando impusieron la política de austeridad y hundieron en una segunda recesión a la eurozona tras la crisis del 2008.

Mientras el Banco Central Europeo (BCE) ha acabado interviniendo con decisión, la financiación de los planes de rescate de ciudadanos y empresas y la reactivación económica enfrenta a los Veintisiete.

Un grupo encabezado por Francia, España, Italia y Portugal reclama una movilización colectiva de fondos de la UE, pero Alemania, Holanda, Austria y Finlandia quieren condicionar la ayuda europea a planes de ajuste, como en el pasado.

La decisión del primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, de aprovechar la coyuntura para reforzar su régimen autoritario ha añadido una crisis política. La tímida respuesta de la Comisión Europea y el silencio de los líderes de los estados afianzarán el autoritarismo en otros gobiernos, como el de Polonia, y reforzarán a la ultraderecha que tiene al primer ministro húngaro como referente.

A nivel internacional, si la Unión Europea no intenta suplir la ausencia del liderazgo de Estados Unidos en la gestión mundial de la pandemia, se expone a que el vacío dejado sea ocupado por China y Rusia.

Los dos países multiplican ahora sus gestos simbólicos con el fin de ampliar su influencia y promover su agenda internacional y su modelo político, mientras la Unión Europea aparece debilitada y dividida.