A las ocho de la mañana, el cielo es un manto gris que escupe espasmódicamente la garúa. La niebla borra los contornos de las laderas. Carla abre los ojos en medio de ese escenario que parece ser creado por efectos especiales del cine. Se espabila lentamente. Sobre la piedra quedan algunos rescoldos con los que calentó sus manos.

Los rigores de la vigilia no le han hecho perder la elegancia a la sobrina del minero Darío Segovia, ni tampoco a su madre, Sabrina. A esta hora que el frío entra en los huesos como un polizón, ellas se rocían con perfume. "Queremos oler bonito", dice Sabrina. Tal vez se prepara para la misa que el pastor evangelista Javier Soto va a oficiar para agradecer los prodigios del cielo y la técnica ante el pronto regreso de los 33 mineros.

Las antenas parabólicas se recortan sobre la geografía pétrea de Atacama. Hay tantos estudios de televisión móviles, cámaras y micrófonos como sacos de dormir y carpas. Aunque por momentos lo parezca, el campamento La Esperanza no es un estudio de filmación.

La nieta de Mario Gómez, el más experimentado de los mineros atrapados, es protagonista también de su propia película. Ha recibido de regalo un vestido amarillo de princesa renacentista. Imaginaba que estaba en un castillo y que un príncipe vendría a rescatarla. La imaginación infantil se cruzaba con la realidad.

El pastor Javier Soto vuelve a hablar de los prodigios del Señor, entre aleluyas y glosas bíblicas. La religiosidad está a flor de piel. Hay altares, imágenes de santos y hasta de Juan Pablo II. Y hay también todo un lenguaje saturado de simbologías. La cápsula, jaula, que ascenderá a los mineros a la superficie ha sido bautizada Fénix, como el águila de la mitología griega que se consumía por acción del fuego cada 500 años para resurgir más tarde de las cenizas.

"¿Tú te has dado cuenta?. Treinta y tres mineros atrapados. Treinta y tres días de perforaciones. Esto debe querer decir algo", trata de convencer a este cronista uno de los tantos habitantes de este mundo de espera. Acaba de darle el último sorbo al té que ha recibido en la carpa de Elizabeth Segovia, la hermana de uno de los atrapados.

Recuerda el primer mensaje que enviaron los mineros desde la oquedad del yacimiento. "Estamos todos bien en el refugio los 33". Había encontrado allí otra prueba irrefutable de lo excepcional. "Son 32 letras y un número", agregó, esperando complicidad.

Sol sin piedad

En La Esperanza hay de todo: humor, música y hasta sutiles reproches entre carpas por una vecindad forzada. Al mediodía, el cielo ya es azul y el sol, repentinamente impío. A esa hora, los chicos juegan al fútbol en un rincón. A esa misma hora, Elvira Valdivia ha perdido la cuenta de todas las cosas que quisiera decirle a su esposo Marío Sepúlveda, apenas vuelva a mirarlo a los ojos.