Los argelinos pasaron ayer del fatalismo y la resignación ante el terremoto que azotó el miércoles el norte del país a mostrar su abierta indignación por la ineficacia de las autoridades a la hora de hacer frente a la tragedia que se ceba sobre las poblaciones afectadas y de coordinar la ayuda y solidaridad, tanto nacional como internacional. El propio presidente Abdelaziz Buteflika fue acogido con abucheos y pedradas durante una visita a las zonas siniestradas de Bumerdés.

"Poder asesino" fue el grito que tuvo que escuchar Buteflika. En vano, el presidente argelino intentó dialogar con un grupo de personas que dijeron haberlo perdido "todo": sus casas, construidas sin ninguna normativa, y a sus familiares, todavía sepultados bajo las ruinas, "sin que se haga nada por rescatarlos, por falta de medios", denunciaron.

HOSPITALES DESBORDADOS

Ante esa acogida hostil, Buteflika optó por regresar a Argel, donde por la mañana visitó en mejores condiciones varios hospitales de la capital, totalmente desbordados por el número de heridos. Todos los centros sanitarios sufren penuria de material tan básico como gasas o desinfectantes.

El célebre barrio europeo de Bab el Ued, en el centro de Argel, que en los últimos años ha sufrido primero los atentados islamistas y las inundaciones de noviembre del 2001, se vio afectado también por el terremoto. Algunos de los viejos edificios coloniales no soportaron la violencia de la sacudida y sufrieron graves daños en sus estructuras.

Visiblemente exasperados, algunos de sus habitantes no dudaron en dirigirse a los periodistas para denunciar la falta de atención de las autoridades. "El alcalde de barrio sólo viene a vernos cuando necesita nuestro voto" explicaba Zakia, funcionaria de una comisaría que vive con su familia en el número 21 de la antigua calle Jean Jacques Rousseau.

Visto desde fuera, el edificio parecía intacto, pero en el interior, la escalera sufrió graves daños y parecía a punto de desplomarse. Con tres familias hacinadas en cada apartamento, padres, abuelos, hijos y nietos parecían condenados a vivir con el riesgo de derrumbe o instalarse en la calle.

"El alcalde ni siquiera ha venido o ha enviado a alguien para constatar el estado del edificio, a pesar de que hemos avisado 20 veces", insistía Zakia. Sus vecinos no tardaron en arremolinarse a su alrededor para insistir en el abandono en que viven tras el seísmo. "Fue horrible" decía Janine, la única francesa del barrio, casada con un argelino.

En Bab El Ued hubo pocos muertos. Pero los damnificados son muchos y las necesidades materiales enormes. "Tenemos realmente la impresión de que no interesamos a nadie", insistía Zakia. Su condición de funcionaria en la comisaría parecía ser de poca utilidad. "Como siempre, los que pagamos somos los pobres", decían sus vecinos.

BALANCE "PROVISIONAL"

El primer ministro argelino, Ahmed Uyahia, reconoció que el balance del seísmo es todavía "muy provisional", que los daños son todavía difíciles de evaluar y que el número de víctimas aumentará. Las últimas cifras oficiales daban ayer 1.875 muertos y 8.081 heridos. Pero se calcula que la cifra final puede superar los 3.000 muertos.

Ayudados por perros y aparatos de detección, los equipos de socorro trabajan intensamente bajo un sol de justicia, en una carrera contra la muerte y el peligro de epidemias, una amenaza real si no se recuperan rápidamente los centenares de cadáveres que siguen sepultados bajo montañas de escombros y cuya descomposición se acelera debido a las altas temperaturas.