Érase una vez un Opel Astra azul oscuro, un Volkswagen Polo blanco y un Toyota Yaris negro. Bueno, érase muchas veces, porque durante cuatro días, todo el día, siempre estaban allí. O uno u otro, o varios, o todos a la vez. ¿Qué importa?

Nunca despistados, siempre presentes, los coches fueron destinados, a tiempo completo, a seguir a cinco periodistas españoles que acababan de llegar a Grecia a través de la frontera terrestre con Turquía: para informar sobre cómo la policía griega apalea y retorna, ilegalmente, a los refugiados y inmigrantes que cruzan el río Evros, que marca la frontera natural entre ambos países.

Esos periodistas éramos corresponsales de varios medios españoles e internacionales, y los hechos ocurrieron la semana pasada. Desde nuestra llegada el lunes pasado, hasta que nos fuimos, el jueves, los tres coches, que se iban turnando, estaban en todo momento cerca, a la vista: pavoneándose y haciendo ver que no sabían de qué iba la cosa.

Negaban lo evidente: cada vez que pasamos cerca —y fueron muchas—, los conductores de los coches pretendían hablar por teléfono y se tapaban la cara con capuchas y brazos. Pasaban siempre cerca: querían que nos diésemos cuenta.

El mayor problema, sin embargo, fue mucho más allá. Esos policías —que nunca se identificaron pero que, lo demostraron, son funcionarios del Gobierno griego— empezaron a sabotearnos: llamar y asustar a la gente a quien queríamos entrevistar; a mostrarse delante de personas locales para que cogiesen miedo. Lo consiguieron: gente que había prometido hablar con nosotros acabó finalmente por no hacerlo.

Territorio UE

Puede parecer algo sin importancia. Al final, muchos gobiernos, en todo el mundo y a todas horas, hacen cosas similares. Pero Grecia forma parte de la UE, donde, por lo general, se respeta el derecho de información de los periodistas. Un abogado griego consultado lo dejó claro: que nos siguieran sin haber cometido ninguna infracción puede constituir un caso de abuso y un delito de acoso.

Además, cuentan locales de la región del Evros —la que hace frontera con Turquía—, nuestro caso ha sido excepcional, pero no único: es habitual que gente de los servicios de inteligencia sigan a trabajadores humanitarios que van a la zona para ayudar a los miles de refugiados e inmigrantes que la usan para llegar a Europa.

El Ministerio griego del Orden Público niega todo. Asegura que jamás nos siguieron y que, además, la policía griega nunca vulnera los derechos fundamentales de nadie. El jefe de la policía de la zona dijo lo mismo: que no han seguido a nadie ni saben a quién pertenecen esos Opel Astra azul oscuro, Volkswagen Polo blanco y Toyota Yaris negro. Puede que debieran.