El primer ministro francés, Dominique de Villepin, rompió ayer su "inadmisible silencio" --según denunció la oposición de izquierdas-- ante los violentos disturbios callejeros registrados por quinta noche consecutiva en la periferia de París, y recibió a los familiares de los dos adolescentes que murieron electrocutados la semana pasada en Clichysous-Bois cuando huían de la policía. Este accidente fue el detonante de repetidas acciones violentas de protesta en los suburbios de la capital.

Con su gesto, Villepin trató de frenar la espiral de violencia y poner fin al mismo tiempo a la polémica suscitada por la acción del ministro de Interior, Nicolas Sarkozy, y su política de "tolerancia cero" con la violencia, criticada incluso por un sector de la derecha gubernamental.

Villepin recibió a los familiares de las víctimas acompañado de su ministro de Interior y no hizo declaraciones a la prensa. El pasado viernes, el primer ministro pidió que "se saquen las lecciones" de este "terrible drama humano". Desde entonces, la contundente represión policial, así como la "semántica guerrera imprecisa" de Sarkozy --denunciada por su colega Azouz Begag, ministro delegado para la Igualdad de Oportunidades-- ha echado más leña al fuego.

Las protestas se han extendido a otros barrios periféricos de la capital francesa: Sarcelles, Argenteuil y Chelles. La noche del lunes, fueron quemados 60 vehículos.