Por segunda noche consecutiva, grupos de jóvenes de los suburbios parisinos quemaron, entre el martes y ayer, 12 vehículos y apedrearon a las fuerzas del orden en Montfermeil y Clichy-sous-Bois, como si, de esta manera, quisieran celebrar el primer aniversario del nombramiento de Dominique de Villepin como primer ministro. El último sondeo realizado por Sofres cifra en un 20% la popularidad de Villepin, una pérdida de cuatro puntos con respecto al mes anterior.

Villepin esperaba "reconciliar la inquietud y la impaciencia" de los franceses tras llegar a Matignon, y se dio 100 días para "devolver la confianza" a la población. Un año después, son los franceses los que le retan y reclaman su dimisión.

Dos días después del fracaso del referendo del 29 de mayo sobre la Constitución europea, el presidente francés, Jacques Chirac, presentó a Villepin como el salvador de la patria, formando un curioso tándem con el ministro de Interior, Nicolas Sarkozy, ambos aspirantes a la candidatura para las presidenciales del 2007. "Y que gane el mejor", parecía ser el lema de Chirac.

Villepin optó por presentar "la batalla del empleo", y Sarkozy se atrincheró en la seguridad. En realidad, ambos se lanzaron a una guerra de personalidades políticas que ha llevado a Francia a una de sus peores crisis políticas y al borde del abismo.

FRENAR A SARKOZY Villepin llegó al poder en una extraña atmósfera de fin de reinado, y con la única misión de cortar el paso de Sarkozy hacia el Elíseo. La opinión pública e incluso los analistas se mostraron más bien escépticos y dudaron de la capacidad política del Caballero blanco que tan bien defendió a la vieja Europa ante el Consejo de Seguridad en plena crisis de Irak. Situándose en el llamado "gaullismo social", Villepin declaró ante todo "la guerra al paro", y quiso hacerlo todo muy rápido, sin consultar a nadie. Esto explica que comenzara sin el consabido periodo de gracia y con una popularidad al límite, entre el 33% y el 41% de apoyo popular.

Pero el escepticismo inicial evolucionó favorablemente, al tiempo que Villepin adquirió estatura de presidenciable. El accidente vascular que sufrió Chirac en septiembre entronizó a Villepin como el presidente en la recámara. Durante la crisis de los suburbios en otoño, el primer ministro desempeñó el papel de pacificador e instauró el estado de excepción al tiempo que buscó el diálogo con jóvenes y asociaciones, dejando el papel de malo y represor a su rival de Interior. En enero, Villepin apareció como el delfín de Chirac y el 58% de opiniones favorables.

Seguro de sí mismo a medidados de enero, volvió a la carga con la creación de un Contrato de Primer Empleo (CPE) para jóvenes, que incluía la posibilidad de despido sin justificar e imponía sin concertación con los sindicatos. La calle se volcó contra él, pero se negó a ceder.

ELEVADO COSTE POLITICO Villepin evitó la dimisión, pero el coste político fue tremendo, y Sarkozy se impuso como el hombre providencial. Poco después estalló el escándalo Clearstream, que tiene como protagonistas a los mismos personajes: un supuesto complot para desacreditar a Sarkozy montado por Villepin y bendecido por Chirac.

En la Asamblea Nacional, los diputados de su partido ni lo saludan porque lo consideran "un cadáver". Pero Villepin no se rinde y no ha renunciado a ser candidato a la sucesión de Chirac puesto que lo que cuenta es el balance. Ayer presentó el suyo: el paro ha bajado al 9,3%.