Hace apenas tres días que Nicusor ha llegado en coche a su pueblo natal procedente de Niza. "Esto de los 300 euros de Sarkozy es un camelo. Yo he preferido venirme por mi cuenta", dice en un francés más que aceptable. "Me han dicho que a los que han cogido el dinero y el avión les han inyectado un chip en la piel para así detectarlos cuando intenten entrar en Francia otra vez por la frontera". Fantasías a parte, Nicusor, como otros jóvenes de su pueblo, espera que "las cosas se hayan calmado un poco" para hacer las maletas. "Volveremos a Francia", afirman.

De 27 años, tez morena y padre de dos niños, Nicusor reside en Barbulesti, un pueblo de 7.300 habitantes --todos gitanos-- situado a unos 60 kilómetros al este de Bucarest. De los 2.000 vecinos que han emigrado a otros países europeos, 500 están actualmente en España. De hecho, en sus calles, todas sin asfaltar, no son pocos los que hablan el francés o, en menor medida, el castellano, lo que es sin duda muy indicativo. En todo caso, las medidas del Gobierno de París, como desmantelar los campamentos de gitanos, no parecen inquietar a la población.

Tal vez sean las remesas de dinero que vienen de fuera --unido a la escasa ayuda gubernamental-- las que permiten a esta comunidad gitana vivir con cierta dignidad, en comparación a la población gitana de la capital. Aquí no hay viejos edificios repletos de porquería en pisos que parecen nichos, sino casas unifamiliares, muchas pintadas de colores vivos. A falta de trabajo, los vecinos matan el tiempo arreglándose la vivienda poco a poco, a medida que van consiguiendo algo de dinero.

"Nos gustan los franceses. Son buena gente, de gran corazón", afirma Ismail, un hombre de unos 40 años que está sentado junto a la verja de su casa y que afirma, sin rubor, que cuando va a Francia es para ganarse la vida pidiendo limosna. Acto seguido y como disculpándose, Damian, amigo y vecino, matiza que "eso de pedir dinero se hace solo cuando ahí no tenemos trabajo".

HARTOS DE LA PRENSA Otro de los presentes en la conversación, que prefiere no dar su nombre, explica que en un par de días viajará a la Costa Azul, lugar del que salió también en coche "hace solo unos meses". "Hay otros del pueblo que ya han vuelto a Francia, incluso algunos que han llegado hace poco en avión y con el dinero de Sarkozy", asegura. Es difícil de comprobar la información porque nadie del pueblo dice conocer a los que han llegado estas últimas semanas con los 300 euros en el bolsillo, a pesar de que aquí parece que todos se conocen.

El único que osa admitir que ha llegado en avión es Gabi, un adolescente; por ser menor de edad, su familia recibió 100 euros extras. El problema es que su padre rehúsa hablar. "Ya estamos hartos de este tema y de los periodistas", grita desde el patio de su casa. Ni siquiera tiene esta información el pastor evangelista Tudorica, de la iglesia Pentecostal, un hombre sin duda influyente en Barbulesti ya que atiende a más de 1.000 fieles seguidores. "Lo que ha hecho Sarkozy es una estupidez", afirma. "Su reacción ha sido como la de un niño pequeño", añade.