Después de la tormenta llega la calma. También dentro de las filas del conservadurismo alemán. Tras el verano del año pasado, en el que las disputas sobre la inmigración casi tumban al Gobierno, este 2019 Angela Merkel está viviendo unas vacaciones plácidas. Y gran parte de esa tranquilidad se debe al cambio de rumbo que ha tomado la Unión Socialcristiana de Baviera (CSU), los socios de la cancillera, que han optado por acercarse a las políticas ecologistas.

Hace apenas un año los conservadores bávaros se esforzaban por mimetizar el discurso nativista de la formación de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD), que les desgastaba captando al electorado más radical. Su líder y ministro del Interior, Horst Seehofer, incluso amenazó a Merkel con un cierre unilateral de las fronteras alemanas. Pero tras sacar pecho la sangre no llegó al río.

El endurecimiento de su discurso ya conservador terminó siendo contraproducente. En las elecciones de Baviera, la CSU se desangró por dos flancos. Mientras AfD captaba votos por la derecha, los Verdes lo hicieron por el centro y se catapultaron convenciendo a aquellos que vieron con disgusto la radicalización de los de Seehofer. El partido ganó los comicios con el 37,2% de los votos, pero perdió 10 puntos por el camino y bajó del 40% por primera vez en la historia.

La debacle electoral pasó factura y en enero el partido eligió como nuevo líder a Markus Söder, otro halcón antiinmigración que ya había agitado la bandera del nacionalismo como primer ministro de Baviera. Entre sus medidas estrella estaban la ley policial más dura del país e instalar crucifijos cristianos en todos los edificios públicos y en más de una ocasión se había alineado con el mandatario húngaro Viktor Orbán.

Aunque la mano dura se mantiene, Söder optó por no repetir los errores de su precursor. Así, en los últimos meses ha rebajado su tono contra los inmigrantes -ha eliminado el término «turismo de asilo» de su vocabulario-, ha pasado al ataque contra AfD y ha adoptado una posición más pragmática.

Sin embargo, su estrategia más sorprendente está siendo su adopción de un conservadurismo maquillado de verde. Consciente del auge del partido de los Verdes tanto a nivel nacional como regional, los de Söder han anunciado ahora medidas como la plantación de 30 millones de árboles, una ley para proteger las abejas, han presentado en el Senado federal una ley para prohibir las bolsas de plástico e incluso han pedido abandonar el uso del carbón en el 2030.

Además, el gabinete bávaro pretende incentivar a aquellos que utilicen vehículos con energías limpias en lugar de penalizar a los que se desplazan con medios más contaminantes. Con una tercera parte de las granjas orgánicas del país en su territorio, Baviera lidera también el país en ese aspecto.

Mano tendida

Söder ha pasado de cuestionar el multilateralismo europeo y criticar duramente a Merkel a liderar medidas climáticas y tender la mano a Berlín. Los expertos ven ese gesto como una estrategia para posicionar la CSU de cara a futuras elecciones abrazando una preocupación climática con cada vez más peso electoral, para robar votos a los Verdes e incluso preparar una eventual alianza con los ecologistas a nivel nacional si los socialdemócratas salen del Gobierno.

Todo esto está dando resultados. Según un sondeo publicado por ARD el 1 de agosto, el líder bávaro ganaría 17 puntos para ser el quinto político mejor valorado del país con un 42% de aprobación, siendo de lejos quien más mejora su imagen. Tan solo un año antes, su predecesor, Seehofer, contaba con menos de la mitad de las simpatías y su valoración negativa solo era superada por la extrema derecha.